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Pero en lo íntimo de mi corazón, yo había guardado el recuerdo de Valentina: la única criatura que había dejado en mi alma una memoria dulce y tranquila. Por largo tiempo nos habíamos escrito, pero después de la muerte de su hermano, nada sabía de ella.

¿Dónde estaba aquella tarde de infames maquinaciones la niña dulce y buena de los ojos garzos?... No había encontrado ningún regazo suave donde llorar, ningún amable retiro donde consolarse. Estaba escondida como un delito, oculta como una pena, en el cuartito del sobrado, recostada con fatiga y desaliento en el quicio de la ventanuca.

; la campana de don Miguel, la que todas las tardes les avisaba el momento de sacudir la dulce pereza, de levantarse y comenzar los preparativos de partida... «Don Miguel» era Cervantes, y la campana la de un convento inmediato donde aquél había sido enterrado. Nadie conocía su tumba.

El día 16 de Junio de 1718, fiesta del Corpus, una vecina de la collación de San Vicente, llamada Juana Teresa Parrado, y la cual era criada del convento del Dulce Nombre de Jesús, robó la sagrada forma del viril, guardándola en su pecho, y después de partirla, la colocó sobre un altar de Jesús Nazareno.

DORA. ¿Está usted muy segura de que no pensará más en ella? JULIA. Se lo juro; puede usted entregarse con toda confianza al dulce dueño, que la iniciará.

Los romanos obraron de la misma manera, habiendo llevado el arte de la aclimatación al extremo de hacer abrir en el agua dulce las huevas de los peces de mar.

dulces y alegres cuando Dios quería! ¡Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura!

Hablaba con voz dulce y ademanes reposados, interpolando en sus palabras una risa discreta, que era el eterno acompañamiento de su conversación. Según Maltrana, este amigo respiraba optimismo y confianza en la vida, esparciendo en torno de su persona un ambiente de contento.

, pero Agapo no sabía la razón, él no había de preguntárselo. ¡Quién sabe las penas que sufriría la pobre tía! ¡si ella, pudiera! ¡cómo no consolarla, si le era tan simpática! Entonces, la idea del cisma que la separaba de aquella familia hacía nublar su dulce mirada.

Era el ansia de luz y de aire libre que se experimenta después de un encierro dulce; la necesidad insolente de mostrar la propia dicha en público, cuando empiezan á resultar pesadas las horas felices, por su monótona repetición; el deseo de prolongar á la vista de todos la intimidad secreta, con el incentivo de tener que fingir, ocultando los verdaderos sentimientos.