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Amenazaban, rugían; pero los dichosos, sumidos en dulce sueño, no podían oír sus amenazas y sus rugidos.

El Vizconde tuvo que irse después por donde había venido, con el contento de que se hubiese reanudado y estrechado tan dulce amistad, y con la melancolía de que fuese ya otra su forma, harto más sutil, depurada y etérea que en lo antiguo.

Pero , María, no atraes con tu dulce voz, para pagar con ingratitud; no: serás la sirena en la atracción, pero no en la perfidia. ¿No es verdad, María, que nunca serás ingrata?

Derrama, ó dulce hermano, por los ojos El alma en llanto amargo convertida, Venga la muerte y lleve los despojos De nuestra miserable y triste vida.

Su charla era un gorjeo dulce, insinuante, que me conmovía y refrescaba el corazón; a impulso de ella se fue disipando poco a poco el tropel de pensamientos pérfidos que vagaba por mi cabeza. Sin saber de qué modo, también desaparecieron todos mis temores; me figuraba que aquella niña tenía algún parentesco conmigo, y no hallaba extraordinaria y peligrosa nuestra situación como al principio.

El, sorprendido, la mira. No ha dicho: «su madre»; esto le sorprende al principio y luego le causa una sensación de bienestar, como no la ha experimentado nunca en su vida. Se siente penetrado de un dulce calor que le invade el corazón y no quiere disiparse.

Y porque tiene usted el alma virgen y llena de entusiasmo y de sentimiento, ha hecho usted lo que nadie hubiera hecho; y porque Dios quiere que crea usted en él, le ha presentado a usted de la manera más bella, el dulce consuelo de la expansión de la caridad. ¿Que Dios quiere que crea en él? dije moviendo tristemente la cabeza, quisiera creer; envidio a los que creen.

Ya no era la familia; estaba entre extraños; pero extraños que eran mis amigos, la bella joven por quien sentí la vez primera palpitar mi corazón enamorado, la familia dulce y buena que procuró con su cariño atenuar la ausencia de la mía.

Mario hallaba en él un hombre grave, pero dulce, afectuoso, de una cortesía exquisita. Apenas se le sentía en la casa. Sin embargo, D.ª Carolina, a quien trasmitía sus órdenes, estaba siempre pendiente de ellas, y no daba jamás un paso sin consultarle y pedirle la venia.

Ayer me decía con gran amabilidad que esperaba que hoy fuese á su casa á comer de mediodía. ¿Tengo yo la culpa de que la pobre niña sea tan chabacana?... Hoy ha estado cariñosa en extremo conmigo, hasta el punto de que su marido fijase alguna vez con insistencia su mirada en nosotros. Esto ha contenido un poco los ímpetus de la lengua, pronta á dejar escapar mi dulce secreto.