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Cuando volvimos a la sala, Amaranta me dijo: Desde que doña María y la marquesa decidieron que no viniera Inés, parece que falta algo en esta tertulia. Aquí no hacen falta niñas, y menos la condesa de Rumblar, que con sus remilgos impedía toda diversión. Nadie se había de acercar a la niña, ni hablar con la niña, ni bailar con la niña, ni dar un dulce a la niña.

Después, otra vez el silencio, que parecía más imponente, más profundo, tras los truenos del bronce. Volvía a oírse el susurro de los palomos, y abajo, en el jardín, piaban unos pájaros, como enardecidos por el rayo de sol que reanimaba la verdosa penumbra. Gabriel sentíase conmovido. Se apoderaba de él la dulce embriaguez del silencio, de la calma absoluta: la felicidad del no ser.

La dulce respiración de la Princesa y sus cabellos de oro acariciaban blandamente la cara de Pacorrito, haciéndole cosquillas y causándole cierta embriaguez. La mirada amorosa de la gentil dama ó un suave quejido de cansancio acababan de enloquecerle. En lo mejor del baile, los monos anunciaron que la cena estaba servida, y al punto se desconcertó el cotarro.

Un sacudimiento semejante al que produce una corriente eléctrica le hizo ponerse en pie vivamente. El corazón le latía con tal fuerza que se llevó las manos al pecho. Una emoción grande, intensa subía de él hasta la garganta y se la apretaba. Sentíase inundado de una extraña alegría. Comenzó a pasear por el corredor, presa de un desasosiego tan dulce que le hacía daño.

Serafina dejaba con pena el pueblo, en que había llegado casi a olvidar que era una actriz y una aventurera, para creerse una dama honrada que tenía buenas relaciones con la mejor sociedad de una capital de provincia, y un amante fiel, dulce, manso y guapo.

Quiere probar si la carne de alguna de aquellas manzanitas coloradas es tan dulce y sabrosa como parece, y suele encontrarse con un mojicón de cuello vuelto ó con algún empellón que le hace dar con sus huesos en el mullido césped.

Era Martí de mediana estatura, cabellera negra y abundante que rodeaba una frente amplia y bombeada, ojos negros de mirada dulce y penetrante, tez blanca pálida, como son generalmente los cubanos, bigote negro y crespo y un óvalo perfecto redondeaba su fisonomía armoniosa y vivaz.

En la costa meridional del Estrecho hay un cabo y una bahía grande: se puede anclar en esta á lo mas al O, cerca de una pequeña isla de figura redonda, detras de la cual hay una rada en que se está á cubierto del O: es muy profunda y se nombra Bahía Mauricio. Extiéndese al SE con varios brazos; en sus inmediaciones hay algunas de agua dulce, que por lo regular están heladas en todos tiempos. Los indios de esta parte son muy bravos, y sus armas se reducen á unas robustas mazas, y flechas, que disparan con grande ligereza y acierto: abunda de árboles, y en la partida del E los hay

Era petulante, pero con petulancia graciosa, jovial y dulce, que a nadie ofendía. Sus finos modales y su simpática figura contribuían mucho a producir tan buen efecto. Aquella noche le había dado por denigrarlo todo.

A ratos dulce, a intervalos áspera, siempre segura de misma, había en ella asomos de energía, que antes que a la impresión del momento obedecían a la voluntad.