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Ahora no hay que dudar, sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen.

Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente; viendo lo cual el secretario, se llegó al oído del maestresala y le dijo muy paso: -Sin duda alguna que a esta pobre doncella le debe de haber sucedido algo de importancia, pues en tal traje, y a tales horas, y siendo tan principal, anda fuera de su casa. -No hay dudar en eso -respondió el maestresala-; y más, que esa sospecha la confirman sus lágrimas.

Quiere entonces vengarse el desdeñado, y con este objeto persuade á un cortesano á ocultarse en la habitación de la duquesa; despierta los celos de su esposo, le hace dudar de la fidelidad de su esposa, y lo lleva al aposento en donde se escondía su cómplice, á quien los dos matan.

No faltó quien dijo que lloraba el vino que había bebido; pero estamos lejos de dar crédito a esta insinuación malévola, primeramente porque es un absurdo que se llore vino, y después porque su acento era tan sincero, su ademán tan patético, que nadie podía dudar de que sus palabras salían del fondo del corazón.

En el primer caso se supone negada la verdad del principio; en el segundo no se le da por verdadero ni por falso; pero es evidente que la indiferencia no basta; porque desde el momento en que el principio de contradiccion no esté fuera de toda duda, volvemos á caer en las tinieblas, debemos dudar de todo.

Este es uno, idéntico bajo todas las transformaciones; y esa unidad, esa identidad es para nosotros un hecho indisputable, un hecho atestiguado por la conciencia. ¿Quién seria capaz de hacernos dudar, que el yo que piensa en este momento, es el mismo que pensaba ayer y años atrás?

Sin embargo, no se podía dudar que la victoria quedaba por los labradores. A la cabeza de estos estaba una mujer, casada ya, celebrada por buena moza, Rosa, la que llenaba con mayor presteza los faroles de picadura. Con el traje propio de su sexo, Rosa era un tanto corpulenta en demasía; con el de labrador no había que pedirle.

Su inquietud, sus ojos sorprendidos é interrogantes, parecieron devolver la serenidad á Freya. Se pasó una mano por la frente, como si despertase de una pesadilla y quisiera repeler sus recuerdos con este ademán. Su mirada fué serenándose. Adiós, Ferragut; no me haga hablar más. Acabaría usted por dudar de mi razón... Ya lo sabe: seremos amigos, amigos nada más. Es inútil pensar en lo otro.

Tenía doce años menos que Saldaña, pero había estado á sus órdenes al final de la guerra, y en vez de darle el título de marqués ó de príncipe, repitió á cada momento, con orgullo, «mi general». El general no guardaba el menor recuerdo de él; pero daba detalles exactos de la última parte de la campaña, y las recomendaciones de varios amigos no le permitían dudar de su veracidad.

Y pronunció de tal manera estas palabras, miró de tal manera al pronunciar estas palabras á la joven, que ésta no pudo dudar que era ella á quien de una manera tan terrible amaba el bufón. Y ahogó un grito de espanto, y quiso desasirse. Pero el tío Manolillo la detuvo.