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Y tales cosas dijo Currita, y tales protestas hizo, y con tal acento las pronunció, que el mismo Butrón con ser tan ducho, se quedó perplejo, y entre las afirmaciones contrarias de aquellas dos condesas igualmente tramposas, sólo sacó en claro una nueva confirmación de aquel principio práctico que de toda la vida había profesado: la mujer aborrece a la serpiente por celos y envidias del oficio.

Al lado de Montifiori contemplaban el baile dos caballeros más, el viejo Ministro de Estado doctor don Bonifacio de las Vueltas, político ducho, orador brillantísimo y eficaz, gran brujuleador de cámara y antecámara, fina inteligencia, blanca erudición, débil y bondadoso, embrollón como una modista de alto tono, pero de una intachable honradez privada.

Puede decirse que no tenía personalidad propia: todo el mundo le llamaba del mismo modo: «el hermano de la parejanombre con que Madrid entero designaba aquellas elegantes y ex-jóvenes señoritas. El último convidado de los duques era un antiguo periodista amadamado y maldiciente; ducho en dos especialidades, merced a las que vivía haciéndose lado por doquiera.

No estaba todavía lo bastante cerca de don Juan para que pudiera desmenuzarla con los ojos, pero la presintió; el corazón le brincaba dentro del pecho como pájaro inquieto en jaula estrecha. Un hombre ducho, corrido y experimentado en tales lances, ¡temblar de aquel modo, ni más ni menos que un estudiantillo! ¡Qué vergüenza! El coche dio la vuelta y quedó parado.

Narcisa, menos asequible al disimulo y más altiva, se conformaba con demostrar, en aquellas ocasiones, una tolerancia benévola hacia Carmen, concedida con un aire de superioridad y protección llenos de majestad. Salvador era poco ducho en artificios de mujeres; todo sinceridad y nobleza, dejábase engañar fácilmente por las dolosas apariencias del buen trato que Carmen parecía recibir.

Hay allí una rara casita, escondida entre los castaños, muda como una madriguera vacía y siempre cerrada. Mira bien esa casita, Rojillo me decía el viejo; cuando veas que sale humo por la techumbre y están abiertas la puerta y las ventanas, mala señal para nosotros. Y yo me fiaba de él, sabiendo positivamente que él era ducho en eso de las aperturas de la caza.

Porque en años tan pocos tal prudencia, Y con tal madurez tanta hermosura, Embaucará al más ducho en cualquier ciencia. Y así no hay que dudar de esta aventura, Que hemos echado á su rodete un clavo, Y á mi sentir, no clavo de herradura. Pero lo más que de esta acción alabo Es que ella se ha venido sin buscalla, Y así como el principio tendrá el cabo.

Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus debilidades con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia, ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.

1146 Hay hombres que de su cencia tienen la cabeza llena; hay sabios de todas menas, mas digo, sin ser muy ducho: es mejor que aprender mucho el aprender cosas gúenas. 1147 No aprovechan los trabajos si no han de enseñarnos nada; el hombre, de una mirada, todo ha de verlo al momento: el primer conocimiento es conocer cuándo enfada.