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En la mayor parte de los otros casos, en aquellos especialmente en que predomina el elemento nervioso, conviene atenerse á una de las primeras atenuaciones, por ejemplo, una gota de la tercera dilucion en agua. El jarabe de ambar gris se prepara magistralmente, segun la necesidad, en la proporcion de dos á diez gotas de la tintura por onza de jarabe de azúcar. § I. Historia.

Yo quiero que la justicia no tenga dos pesas y dos medidas, sino que sea igual para grandes y chicos. Téngalo ustedes así por entendido, y después de las diez de la noche... ¡a la cárcel todo Cristo! Antes de proseguir refiramos, pues viene a pelo, el origen del refrán popular a la cárcel todo Cristo.

La mirada de la traperita me refirió una historia muy sencilla. La historia de una vida de sufrimiento. La mirada de la traperita fue un poema que podía haberse reducido a estas dos palabras: «Sufro y esperoEstas dos palabras son la historia del género humano. Sufrir y esperar. ¿Qué sufría aquella niña? La pobreza con todas sus consecuencias, acaso. ¿Qué esperaba?

Acogiéronle de buena gana, y en menos de media hora le ganaron doce reales y veinte y dos maravedís, que fue darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres.

Quiero decir, que pone el dinero en la mesa aturdidamente, en varios sitios á la vez, y luego ni se acuerda de qué puestas son las suyas. Revolotean en torno de ella los «levantadores de muertos», y cuando gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha estado dos años jugando nada más que con fichas de quinientos y de mil. Ahora sólo juega con las de cien.

Ayer me gustabas más. Dicho esto, le tiende la mano para darle los buenos días, y baja apresuradamente la escalera, divirtiéndose en esparcir delante de ella una lluvia de harina. Al pasar por delante de la habitación que Martín llama su despacho, su rostro toma una expresión misteriosa, y deteniéndose, levanta las dos manos en el aire, como para conjurar un espíritu.

Sólo vieron un río de sombra en el que flotaban rosarios de estrellas rojas entre dos largas escarpaduras negras formadas por los edificios.

El capote. De encima de una silla cogió Garabato el capote llamado de paseo, la capa de gala, un manto principesco de seda del mismo color que el traje y tan cargado como éste de bordados de oro. Gallardo se lo puso sobre un hombro y se miró al espejo, satisfecho de sus preparativos. No estaba mal... ¡A la plaza! Sus dos amigos se despidieron apresuradamente, para tomar un coche y seguirle.

Al lado derecho campea sobre esta misma faja un arco ornamental de once lóbulos, encerrado en otro arrabá cuajado todo de tracería relevada, sostenido por dos muy ligeras columnillas entregadas en el muro.

Ya no vamos de carrera Por la estendida pradera, Pues somos viejos los dos. ¡Oh mi moro! quiera el cielo Caigamos juntos al suelo Al decir al mundo A dios! «El cuello atado á la servil cadena «Del tirano postrándose á los piés, «Buenos Aires esclava y miserable «Ya no es el pueblo de ochocientos diez