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Se había levantado de junto á la mesa. Había permanecido algún tiempo de pie. Luego se había sentado en el taburete donde apoyaba sus pies Dorotea. Por último, había abrazado la cintura de la joven. Al sentir el brazo de Juan Montiño, se alzó como se hubiera alzado la mujer más pura.

¿Cómo os va, Dorotea? dijo éste sentándose y extendiendo hacia la joven una mano, que ésta estrechó con respeto. Me va muy mal dijo la Dorotea sentándose bruscamente en un taburete á los pies del duque , y esto no puede continuar así. ¿Qué decís, señora?

Os doy la enhorabuena por haber hallado tal posada dijo don Bernardino , y estimando yo como estimo á vuestra... amiga, no puedo menos de ofreceros mi amistad. Y tendió la mano á Juan Montiño, que se la estrechó fríamente. En aquel momento se oyó una voz de hombre que decía en el corredor: ¡Dorotea!

Comprendí que el bufón del rey no me diría una palabra más acerca de vos, y no volví á preguntarle. Pero me habíais llenado, el alma no, ni el corazón, sino los sentidos; ardía por vos, Dorotea. Por lo mismo que sabía que yo no podía contar con vos, que vos no podíais ser para más que el primer amante... ¡Oh! exclamó Quevedo. Me reí de vos.

La escena me llama, señores dijo la joven ; venid, venid conmigo, Juan, y me veréis trabajar desde adentro. Montiño siguió á Dorotea; don Bernardino siguió á Montiño. Siguieron un trozo de corredor, bajaron unas pendientes escaleras y se encontraron en la parte interior del escenario.

¿Por qué me trata así ese miserable? se quedó murmurando doña Clara. Entre tanto decía el bufón saliendo de la sala: Dorotea ama al señor Juan Montiño; no tengo duda de ello; la conozco demasiado, le ama con la virginidad de su amor. ¡Qué dichosos son algunos hombres!

Y luego, como viese que no se marchaba, añadió: Puedes pasar a la cocina. Dorotea te dará alguna chuchería. Prosiguen las tonterías Al día siguiente, Pablo y su guía salieron de la casa a la misma hora del anterior; mas como estaba encapotado el cielo y soplaba un airecillo molesto que amenazaba convertirse en vendaval, decidieron que su paseo no fuera largo.

Abrióle, y le encontró fechado y autorizado con muchos días de anterioridad, á pesar de que con arreglo á todos los indicios, había sido otorgado aquel mismo día. Dorotea dejaba su hacienda al bufón, al cocinero mayor, á sus dos criados Pedro y Casilda, á los pobres y á su alma.

De don Juan Téllez Girón, querréis decir, señora dijo el cocinero mayor. De Juan Montiño digo repitió con impaciencia la Dorotea. Juan Montiño, hija mía dijo dolorosamente el tío Manolillo , es don Juan Téllez Girón.

Y se encogió, se dilató su pecho, y lanzó un aliento que rugía, poderoso, ardiente, indicio de la horrible lucha que conmovía su alma destrozada. , dijo impaciente Dorotea.