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¡Si amo! ¡si amo! ¡con toda mi alma! exclamó el joven refiriéndose siempre á doña Clara. La Dorotea, sin darse á misma la razón, se inmutó profundamente y dejó ver claro su disgusto en su semblante. Acaso aquello era amor propio. Acaso una sensación involuntaria.

Si me dais medios de que lo sea, os perdono. Rechazo vuestro perdón, y me asombro de que me lo ofrezcáis; ¿pues en qué os he ofendido yo? ¡Ay, triste de ! ¡Qué desgraciada soy! Inclinó la comedianta la hermosa cabeza, y luego la levantó en un movimiento sublime. Su mirada resplandecía. Quevedo la miraba con asombro. No, no soy desgraciada dijo la Dorotea , sino muy feliz, felicísima.

por cierto, porque yo... que he tenido gran parte en el estado en que se encuentra don Rodrigo Calderón; yo, que he venido á la corte para mucho, necesitaba tener asido á su excelencia; ningún asidero mejor que vos... Muchas gracias dijo dolorosamente Dorotea. Perdonad, que si yo hubiera sabido lo que iba á resultar... hubiera hecho más para que os hubiérais empeñado por mi amigo.

Me espantas, Dorotea, yo no por qué tiemblo, yo, que no tiemblo por nada; yo que no me aterro; no eres franca conmigo, Dorotea; y debías serlo... porque yo soy... tu padre... á me debes la vida. Os lo agradezco, Manuel, os lo agradezco; nada temáis; no sucederá nada; don Juan me debe la vida también. Don Juan no te ama. Peor para él. Doña Clara le tiene loco.

Pañuelo a la cabeza, mantón bien recogido sobre los hombros, y a la calle... Salió con rapidez y determinación, como quien sabe a dónde va y obedece a uno de esos formidables impulsos en línea recta que conducen a toda acción terminante. Ni tiempo dio a que Dorotea pudiera detenerla, porque cuando esta la vio, ya estaba abriendo la puerta y salía como una saeta. Eran las nueve de la noche.

Más bajo, más bajo, que no nos oigan. ¡Oh! ¡Dios mío! ¿y qué me importa todo? Ese nombre que está ahí doblegado bajo su rabia, bajo su desconsuelo, como lo estamos nosotros, ese hombre, Dorotea, puede ser tu puñal. ¡Mi puñal! ¿No aborreces á doña Clara? ¡Oh! ¡! ¿No deseas que don Juan sufra como ? , .

Al mismo tiempo su cuerpo se hizo más pesado. Don Juan se vió en la necesidad de doblar una rodilla para sostener á Dorotea. ¡No me abandones! ¡no me dejes! exclamó ; quiero morir en tus brazos! toma... porque apenas puedo hablar... había escrito este papel... que es mi última palabra para ti... y mi última voluntad... ¡Oh Dios mío!

Basta de locuras, don Juan dijo Dorotea ; os he llamado para cenar con vos antes de separarnos para siempre. ¡Separarnos! pero eso no puede ser. ¿No veis que estoy vestida de una manera particular? Eso es, Dorotea, que os habéis propuesto demostrarme que sois más blanca que las perlas, que vuestros ojos brillan más que los diamantes, que vuestra hermosura domina á todas las riquezas.

El único, el exclusivo pensamiento de Lerma cuando salió de casa de la Dorotea, fué encaminarse á palacio en busca de algo exacto, de algo que ver por mismo. El duque de Lerma no había visto nunca nada, por más que había procurado ver, y sin embargo, reincidía en poner á prueba su mala vista. Pero si el duque de Lerma se había embrollado, no aconteció lo mismo á su hija doña Catalina.

Cuando salí del convento, dije al tío Manolillo: Esa paloma volará en cuanto halle una mano que la abra la jaula, y no me pesará que esa mano sea la mía. Si ella os ama dijo el tío Manolillo , por mi parte nada tengo que oponer. Me he propuesto darla gusto en todo. Pero, ¿qué es vuestra Dorotea? le pregunté. Es una historia me dijo.