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En los cristales: Trajes de casa y de librea. En un recodo que hace la calle: Al palacio de cristal. Más arriba: Al palacio de cristal. Vestidos para hombres y niños. Más abajo, en un cuadro de hoja de lata ó de metal dorado: Vestidos para hombres y trajes para niños. Este aviso está en francés, inglés y aleman. Sobre otra puerta: Al palacio de cristal. Ropas de casa.

En ese instante, una criada, vestida sólo de angosta falda verde y amarilla, presentose en la estancia, apoyando en sus morenos pechos desnudos un dorado azafate, sobre el cual venían los pomos, los botes, los pinceles, las tenacillas y otros menudos objetos que el mancebo no alcanzó a distinguir.

Flores, no os deis á entender 1255 Que no seréis lo que soy, Pues hoy en estado estoy, Que si en ayer me contemplo, Conoceréis por mi ejemplo Lo que va de ayer á hoy. 1260 No desvanezca al clavel La púrpura, ni á el dorado La corona, ni al morado Lirio el hilo de oro en él; No te precies de cruel, 1265 Manutisa carmesí, Ni por el color turquí, Bárbara violeta, ignores Tu fin, contemplando, flores, Que ayer maravilla fuí. 1270 De esta loca bizarría Quedaréis desengañadas Cuando con manos heladas Os cierre la noche fría.

El sol acababa de ocultarse detrás de los picos gigantescos de las sierras cercanas, haciendo que las pirámides, agujas y rotos obeliscos de la cumbre se destacasen sobre un fondo de púrpura y topacio, que tal parecía el cielo, dorado por el sol poniente.

La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el horizonte, señalado por siluetas de montañas desvanecidas en la niebla que deslumbraba como polvareda luminosa. Al Norte se adivinaba el mar detrás del arco perfecto del horizonte, bajo un cielo despejado, que surcaban como naves, ligeras nubecillas de un dorado pálido.

Por la mal entornada puerta de la alcoba se veía un lecho grande, dorado, de armadura imperial, sin deshacer y con las ropas en desorden, como si alguien hubiera acabado de levantarse. Refugio creía que la señora de Bringas la visitaba, cediendo al fin a sus instancias, para ver los artículos de su industria. «Ha venido usted un poco tarde le dijo . ¿Sabe usted que estoy vendiendo todo?

El 18 salimos de aquí como á las ocho del dia, y caminando como 4 leguas, entraba en nuestro rio, entre unos sauzales, otro por la parte del S con sonda de media vara, que dicen ser el Dorado, que debe sus vertientes al Cerro del Alumbre. De esta entrada, á la media legua, el rio, dejando su antigua madre, se extraña hácia la parte del S por espacio de una legua, y vuelve á su natural cajon.

El príncipe se alejó, como molestado por esta alusión. ¡Le habían dicho tantas cosas de ella!... Pero su imagen le fué acompañando durante el resto de la ceremonia. Continuaba siendo hermosa, mas con una belleza extraña. Había perdido su dorado cutis de fruto sazonado, y era pálida, con una blancura pajiza de papel japonés.

Sus alas eran á modo de cartílagos erizados de púas. Sobre el lomo del horripilante aeroplano, cuatro hombrecitos iguales á los que se movían en la pradera asomaban sus cabezas cubiertas con un casquete dorado, al que servía de remate una pluma larguísima.

Gozosa y atendida, veía Pilar una fiesta de las Mil y una noches en el Casino constelado de innumerables mecheros de gas, en el aire tibio poblado con las armonías de la magnifica orquesta, en el salón de baile donde los amorcillos juguetones del techo se bañaban en el vaho dorado de las luces. Jiménez, el marquesito de Cañahejas y Monsieur Anatole, se disputaron el placer de bailar con ella.