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Entonces vio frente por frente, iluminado por un farol, un rótulo de letras doradas que decía: «La Cruz Roja». Barinaga se cubrió, dio una palmada en la copa del sombrero verde y extendiendo un brazo, mientras se tambaleaba en mitad del arroyo, gritó: ¡Ladrones! , señor dijo en voz más baja , no retiro una sola palabra... ladrones; usted y su madre señor Provisor... ¡ladrones!

Pero este cochecito, de ruedas doradas, era tirado por seis mujeres, por seis hermosas mujeres, todas ellas célebres, y cuyos retratos figuraban lo mismo en los grandes diarios ilustrados que en los frascos de esencias ó en las cajas de fósforos. El profesor extremó su regocijo. Notaba la satisfacción con que el pianista insistía en este detalle de su entrada triunfal.

Las coronas, pendientes de cruces de hierro mohoso, habían perdido sus flores, sus doradas siemprevivas; eran aros de paja negra y putrefacta, guardando en sus briznas un hervidero de insectos.

Todo diálogo de un amante con su dama, está sembrado de estrellas y de flores; el sol se obscurecería si ella no le prestase la luz de sus ojos; sus mejillas siempre se comparan con la aurora, y sus cabellos son siempre redes doradas en donde se aprisionan los corazones.

Poco después resonaban las pisadas de su caballo por una estrecha calle que se perdía al pie de la colina, en una ruina caótica de fosos y acueductos, y se apeó delante de las doradas ventanas de una regia cantina.

Lo único que produce un efecto verdaderamente teatral, es el anfiteatro, circuido de graciosas barras doradas, con lujosos asientos accesibles á la mirada de los espectadores. Esto no es decir que el teatro de la Grande Opera no sea un magnífico coliseo, tanto por su extension, como por sus trabajos de pintura, escultura, dorado, y por su excelente y bien servida escena.

Sobre la mesa aparecían las doradas naranjas de terso cutis, el panquemado de Alberique, con miga porosa, la corteza obscura y barnizada y el vértice nevado, y las bandejas de dulce seco, confitería indígena, sólida y empalagosa: peras verdosas con la dureza del azúcar petrificado, limoncillos de las monjas de Sagunto, trozos de melón, yemas envueltas en rizados moñetes de papel, todo destilando azúcar y atrayendo a los insectos que revoloteaban en torno de la luz.

Las sombras surgían ya más densas de la cuenca del lago. Las nubes, antes doradas, se habían puesto grises, y sólo en algunas fajas cobrizas y violáceas se veía que la luz no había muerto del todo. Un reflejo de aquellas coloraciones daba al agua estancada los tonos de una lámina metálica.

No de qué lado tirarán con mas fuerza ó habrá genios mal recalcitrantes. Un inmenso palacio, aunque no de condiciones aristocráticas, sirve de alojamiento á los dichosos brutos que tienen el honor de llevar sobre sus lomos á las personas de la Corte ó tirar sus doradas carrozas y berlinas.

Seguido siempre y nunca alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las paredes, bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre las hojas de los misales, como una cinta de marcar, y allí, en aquel doblez seguro, le seguían también las manos armadas de puñales. Las navajas brillaban entre las doradas letras.