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Si mi amigo Miguel de Cervantes viviese, juro á Dios, que al ver lo que me pasa, había de escribir un libro intitulado «Trabajos de don Francisco», que le había de dar más fama que el Ingenioso Hidalgo. Sin embargo, noto que no se os ha cansado la lengua. ¡Ah, lengua mía! quemarála yo, si no me doliera, para que no tuviese que hacerme arrepentir.

La empresa había perdido bastante, y sobre la empresa, es decir, sobre el caudal mermadísimo del abogado Valcárcel, continuaban cargando, más o menos directamente, las principales partes, a saber: Mochi, Serafina y Minghetti. Se presentó la ocasión de ganar la vida con el trabajo, y hubo que aprovecharla, por más que doliera a unos y a otros la despedida. Quien no transigió fue Emma.

»El Conde de Miranda, que él ha sido el que ha hecho más oficios con V. M. por la mujer y hijos de este hombre, para que V. M., apiadándose de la grandeza de su necesidad, les hiciese la merced que les ha hecho; pero que por el hombre no puede interceder, siendo el que ha sido y el que es, y que si estuviera en un calabozo, por ventura se doliera dél; y que lo que conviene para el ejemplo público y para todo, es que, si puede ser habido, se castigue como obligan las leyes divinas y humanas, pues ha sido infiel á Dios y á su Rey y Señor natural; y que aun cuando entregara á V. M. dos ó tres fuerzas, no sabe si viniera en lo que se propone, y tanto menos estando agora actualmente ofendiendo á ambas Majestades; y que él se ve reducido á términos que ya el de Francia ni nadie se fía dél, y que tanto más sería de mal ejemplo y consecuencia que V. M. se sirviese ni fiase dél; y que aunque en los Reyes no ha de haber rencor, han de ser constantes y firmes en favor de la justicia, y que así en lo que se ha de poner la mira es en procurar de haberle á las manos, porque la misericordia de los Reyes no ha de ser para tan malos y perversos hombres; y que no es menos necesario que los Ministros entiendan que si cayeren en semejantes delitos, no ha de haber misericordia para ellos; y que á la mujer y hijos podrá V. M. hacerles la merced y bien que fuere servido.

Milton tendría veintiséis años cuando escribió su Comus. Pero Cowley escribía versos mitológicos a los doce años. Pope «empezó a hablar en versos»: su salud era mísera y su cuerpo deforme, pero por más que le doliera la cabeza, los versos le salían muchos y buenos. El que había de idear La Borricada volvió un día a su casa echado de la escuela por una sátira que escribió contra el maestro.

-La causa dese dolor debe de ser, sin duda -dijo don Quijote-, que, como era el palo con que te dieron largo y tendido, te cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que te duelen; y si más te cogiera, más te doliera.

-Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

Si en esta vigilancia decaía un punto, el castigo venía inmediatamente; pero no el castigo como quiera, el golpe pasajero, el estirón de orejas; no. El castigo era meditado con ensañamiento, procurando herir donde más doliera y donde más durase el dolor.... Los vecinos habían acudido más de una vez a los lamentos de la infeliz criatura; habían increpado a la madre desnaturalizada.

Conformes observó don Adrián abriendo mucho los ojillos y la boca, como si le sorprendiera la gravedad del ejemplo . Conformes, señor don Alejandro: no querría mal a ese amigo... inficionado, eso es, apestado, mejor dicho, por alejarle de mi familia; no, señor: medida prudente y de conciencia... de conciencia, eso es; pero le advertiría en debida forma... del mejor modo posible, eso es, para que no extrañara, para que no se doliera... En fin, mi señor don Alejandro, entiendo el símil; pero con la debida dispensa de usted, verdaderamente nada me dices sino que por apestados, eso es, por inficionados de algo, se nos han cerrado estas puertas, de repente, a mi hijo y a .

Otra vez digo: ¡miserables de nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera, y en la hora última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos! ¡Oh compañero y amigo mío, qué mal pago te he dado de tus buenos servicios!