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En algunas páginas que producen una emoción profunda, el doctor Vargas, que hoy ha dedicado su vida al alivio de esa desventura, ha contado cómo fue atacado por el mal en plena juventud, al terminar sus estudios de medicina.

El doctor teme una meningitis y he pedido consulta. Hemos arrancado estas noticias a Lacante y todos se han despedido. Se veía que deseaba estar solo. Me ofrecí a quedarme toda la noche a su disposición, pero él no aceptó y me estrechó calurosamente la mano. Mi querido amigo me dijo con voz alterada, era encantadora y creo que me hubiera querido... me quería ya...

¡Oh! ¡cuán lamentable cosa es no haber visto nunca la bóveda azul del cielo en pleno día! exclamó el doctor con espontaneidad suma . Dígame usted, ¿este conducto donde las ideas de usted se desarrollan magníficamente, no se acaba nunca? Ya, ya pronto estaremos fuera.... ¿Dice usted que la bóveda del cielo...? ¡Ah!

¿Ese sistema nuevo preguntó la marquesa que receta estimulantes para refrescar? No lo creáis, doctor, ni vayáis a dar esa clase de remedios al niño.

¡Dotor... dotor! gimió el banderillero, suplicando por saber la verdad. Y el doctor Ruiz, tras largo silencio, volvió a mover la cabeza. ¡Se acabó, Sebastián!... Puedes buscarte otro matador.

Claridad de alegres habitaciones lucía en los huecos, y el balcón principal estaba abierto. Veíase en él una pequeña ascua: era la lumbre de un cigarro. Antes que el doctor llegase, aquella ascua cayó, describiendo una perpendicular y dividiéndose en menudas y saltonas chispas; era que el fumador había arrojado la colilla.

No me agradan los italianos por su política. Son un pueblo ingrato, que ha observado la conducta más negra con sus legítimos amos; pero, en materia de ciencia, no siento ninguna prevención contra esos bribones. Muy bien respondió el doctor, optad, si os place, por el método italiano. Da a veces resultados excelentes, pero exige una inmovilidad y paciencia de la que tal vez no seáis capaz.

Se fue a un agujero muy grande que hay allá arriba dijo Nela, deteniéndose ante el doctor y dando a su voz el tono más patético y se metió dentro. ¡Canario! ¡Vaya un fin lamentable! Supongo que no habrá vuelto a salir. No, señor replicó la Nela con naturalidad . Allí dentro está. Después de esa catástrofe, pobre criatura dijo Golfín con cariño , has quedado trabajando aquí.

Antonia procuraba evadir la conversación siempre enojosa; pero el doctor insistió diciendo con alegre y serena sonrisa: Oye, Antoñita, no trates de engañarme, hazte cargo de la realidad. Presiento ya mi fin, y mi alma que, en efecto, está más impaciente que el cuerpo, empieza por abandonar a intervalos este mundo para volar al otro en ensueños y divagaciones.

Todos vuelven a regañadientes a su tierra: llevan París en el corazón. La otra noche, el hijo mayor del doctor Zurita me consultaba sobre su porvenir. Apenas llegue a Buenos Aires, piensa exigir a «su viejo» que lo envíe a Europa... Quiere estudiar en París no sabe qué... pero en fin, quiere estudiar, sin aproximarse por esto al Barrio Latino, que encuentra poco chic y con mujeres ordinarias.