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Pero el peso del noble le doblegó y rodaron los dos por el suelo. ¡Alza, tío Diego! ¡Alza, tío Francisco! Ambos se revolcaban soltando bárbaras carcajadas. El barón logró al fin ponerse en pie. El capellán le imitó al cabo de un rato. Pero su alma, iluminada un momento por los recuerdos de la juventud, cayó otra vez repentinamente en la sangre y el exterminio. Se dirigió ferozmente a su amigo.

Al fin pudo proferir estas palabras: Ven ... oye ... vamos.... ¡Jamás, señora, jamás! exclamó el joven, dirigiéndose hacia la puerta. La devota inclinó la cabeza, agitó los brazos, soltando la caja; se doblegó después de vacilar un momento, retrocediendo y avanzando; dió un grito y cayó al suelo.

Esta capacidad es nuestra, nosotras, mujeres somos responsables del bien y del mal. Nuestra resistencia debe dictar la ley a la energía exuberante y prepotente de los hombres. Pero otra idea me doblegó: la de que para las almas fuertes no hay ley escrita en un libro; basta comprenderla. El que las desconoce todas, me dice que por ha comprendido la ley del amor: la fidelidad.

Si cuando chicos no les maleó el exceso de libertad, de grandes no les doblegó la desgracia; ni tampoco intentaron, por salir de apuros, vadear malamente aquella torcida corriente de su vida que comenzaba a encresparse.

Entonces rebajóse, degradándose ante sus mismos ojos, avergonzóse de lo que era suyo y nacional, para admirar y alabar cuanto era extraño é incomprensible; abatióse su espíritu y se doblegó. Y así pasaron años y pasaron siglos.

Lázaro trató en aquel momento supremo de desesperación de reunir todo su aplomo para hablar, para defenderse, para gritar, para decir á todos que era inocente, que era un infeliz, un pobre diablo, el último de los seres. No le escuchaban. No podía hablar, ni para defenderse, ni para despreciarlos: se doblegó bajo el peso insoportable de tanta mirada y de tanta cólera.

El pueblo que en silencio te escuchaba Ante tu genio doblegó la frente, Y escuchó reverente De tu arco la inmortal revelacion; Que si al pisar la corte de los Reyes Una joya te dió de sus coronas, De América en las zonas Al pueblo soberano diste ley.

Decís que es un mal hijo... ¿a qué ser bueno, cuando es tan fácil el hacerse grande? Murió la libertad. Al solio augusto el tirano ascendió... ¡Vedle, arrogante, convertir de la patria el cuerpo hermoso en insepulto y colosal cadáver! Roma era noble, y como noble, altiva... Roma fué esclava, y como esclava, infame... ¡Y el mundo entero doblegó la frente ante el mal hijo que humilló a su madre!

Yo vivo y pienso, y, al error atento, del tirano el poder no me confunde ni doblego á su antojo el pensamiento; pues que ante la voz conmovedora de la santa verdad, en su flaqueza caerán, sobre su asiento mal seguros, como de Jericó los anchos muros, sus sueños, su poder y su grandeza.