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Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar. Y ansí, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro, mas no sin hambre, y medio sano. Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome: Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío.

Y pedí yo de beber, que los otros por estar casi ayunos no lo hacían, y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi ánima, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón. Entretuvímonos hasta la noche.

Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a la sala de los linajes. Diéronme mi camilla. Era de ver algunos dormir envainados, sin quitarse nada; otros, desnudarse de un golpe todo cuanto traían encima como culebras; cuáles jugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la luz. Olvidamos todos los grillos.

Yo la conté su dinero y, estándosele dando, la desventura, que nunca me olvida, y el diablo, que se acuerda de , trazó que la venían a prender por amancebada, y sabían que estaba el amigo en casa. Entraron en mi aposento; como me vieron en la cama y a ella conmigo, cerraron con ella y conmigo y diéronme cuatro o seis empellones muy grandes y arrastráronme fuera de la cama.

Aunque, según las cosas que contaba una criada que quedó en casa, yo desconfié de su prisión, porque me dijo no qué de volar, y otras cosas que no me sonaron bien. Estuve en la casa curándome ocho días, y apenas podía salir; diéronme doce puntos en la cara, y hube de ponerme muletas.

Diéronme una caja con hilo negro y hilo blanco, seda, cordel y aguja, dedal, paño, lienzo, raso y otros retacillos, y un cuchillo; pusiéronme una espuela en la pretina, yesca y eslabón en una bolsa de cuero, diciendo: -Con esta caja puede ir por todo el mundo, sin haber menester amigos ni deudos; en esta se encierra todo nuestro remedio. Tómela y guárdela.

Y me llevó a remolque hasta la cocina, donde me hallé a la mujer gris, a Tona y a Chisco, sentados a la perezosa y almorzando unas fritangas con borona. Diéronme risueños los buenos días, levántandose muy corteses, y apenas me dejó tiempo mi tío para cambiar con ellos algunas palabras; porque tan pronto como abrió una puerta cercana a la mesa y en la misma pared, comenzó a llamarme a su lado.

Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme un vaso con agua, y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón.

Diéronme entonces tentaciones de echar a correr, pero me quedé como clavado en el suelo, retenido allí por mi propio juramento. No tardé en oír pasos... Alguien abrió... Lancéme al interior de una habitación oscura como boca de lobo, abrí una puerta por cuyos intersticios se filtraba la luz y exclamé con acento de resolución suprema: ¡Señorita!

Los demas con la novedad se quedaron admirados: diéronme paso. A la media legua se divide el rio en tres brazos: el del medio es de mas agua, pues tiene cinco cuartas: aquí hace una dilatada playa, y aquí finalizan las dos sierras de N á S. A la media legua, á puestas del sol, llegamos al Rio de Centa, que hasta este parage llaman Grande al Rio de Tarija.