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Hemos almorzado en una fonda de la Plaza por trece francos, visitamos las fuentes, las más ricas del mundo en juegos de aguas, oimos la música militar cerca del estanque que está en último término, nos sentamos haciendo parte de la sociedad elegantísima que inunda esta esplanada; Vernet me llama y me reconcilia con ella; volvimos luego, tomamos el ómnibus, ya divisamos las torres de Paris: á las seis de la tarde nos apeamos enfrente del palacio de la Industria.

A poco rato de haber llegado este oficial, divisamos un grande fuego que los indios enemigos hicieron, que naturalmente fué hecho para que en caso que los siguiesemos no pudiesemos dar con sus huellas: pero atendiendo á que estabamos enteramente sin bastimento alguno, nos vimos precisados á retroceder, y solo dimos lugar á que los indios amigos acabasen de pasar á esta banda, y á estas mismas horas, que serian como las cinco de la tarde, se dio orden para marchar.

A cada paso experimentamos que haciendo un tránsito repentino de la oscuridad á la luz, si esta es muy viva, apenas divisamos los objetos, y lo vemos todo con mucha confusion; ¿qué habia de suceder al pobre niño que á la edad de 13 años abria los ojos por primera vez?

Luego que ya no divisamos el buque, nos dirigimos á la plaza de la Concordia, con ánimo de tomar el ómnibus que viene del arco de la Estrella. Á los pocos pasos que dimos, nos encontramos con un hombre que estaba sentado sobre el muelle, inmediato á una cuerda que iba á sumergirse en el rio. Al ingeniero le faltó tiempo para preguntarle qué significaba aquella cuerda.

Por último, divisamos una, y un rato después la mole confusa de un navío que corría el temporal por barlovento, y aparecía en dirección contraria a la nuestra. Unos le creyeron francés, otros inglés, y Marcial sostuvo que era español. Forzaron los remeros, y no sin trabajo llegamos a ponernos al habla. «¡Ah del navío!», gritaron los nuestros.

Al fin llegamos a la Guayra, después de seis horas de coche realmente agobiadoras, por las continuas ascensiones y descensos, como por el deplorable estado del camino. Apenas divisamos la rada, tendimos, ávidos, la mirada, buscando en ella el vapor francés que debía conducirnos a Sabanilla y que era esperado el referido día 13.

Da el rio diversas vueltas de N á S: divisamos entre unos sauces, al lado del N, un indio á caballo, quien, para llamar los suyos, tocó una corneta: y como no viniesen, se desapareció de nuestra vista, por mas que lo llamamos. Hay á la parte del N una laguna grande. Anduvimos este dia por el Rio de Jujuy; 4 leguas, y por el Bermejo 7.

¡Mordiscos también!, ¿eh? exclamó, fustigando al odioso Muslim . ¡Ojalá le hubiese rajado! En aquel momento divisamos los toros. Se apresuró a prometerme todo lo que le pedía. Quedé con la sospecha, casi la certeza, de que no supo, al cabo, lo que era, y, lo que es más doloroso, no le importaba. Allá, en medio de un extenso campo de un verde amarillento, había un grupo de reses.

Vienen de la Ville-des-Baux. ¡Seis leguas largas para sentarse una hora en las gradas de San Trofino y vender paquetitos de hierbas medicinales recolectadas en la montaña!... Divisamos ya las murallas de Arlés; murallas bajas y almenadas, como se ven en las estampas antiguas, donde aparecen guerreros armados de lanzas sobre terraplenes menores que ellos.

Cuando subimos sobre cubierta se desvanecía en los horizontes del Poniente la luminosa transparencia del día, yendo poco á poco borrándose los contornos de los monstruosos grupos que dibujan en las nubes los últimos destellos del sol. A la tenue y melancólica luz del crepúsculo divisamos á la banda de babor una cenicienta faja. Eran las costas de Tayabas.