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En ella se reúne la candorosa enciclopedia de la edad divina. Nada falta. Todo está allí por modo eminente. Por espacio de muchos siglos no se entendió así la epopeya, antes bien, con crítica más exterior que íntima, y fijándose en el asunto o trama, y más que en la sustancia en la forma, se creó la epopeya artificial, según ciertas reglas, y cantando las hazañas de algún héroe o de varios.

Todo era ante él virtud, resignación y humildad; de modo que teniendo constantemente ante los ojos la divina palabra de los libros y el mejor ejemplo en los hechos de los hombres, pensó que en contra de la agitación del mundo estaba aquella santa tranquilidad, que el torpe bullir de las pasiones se contrabalanceaba por un santo estoicismo religioso, y que nada podía haber tan digno ni respetable para la humanidad como la voz de esos hombres que con la imagen de Cristo en una mano y señalando con la otra al cielo, dicen al desgraciado: «Cree y esperaSu poética melancolía era el presentimiento de los dolores de la lucha.

Pero cuán poco debia durar aquel incomparable espectáculo! Al mismo tiempo que se acercaba la divina aparicion, se iba levantando del fondo del lago de Lucerna, desde el pié del Pilatos hasta el vértice de Küssnach, una borrasca espantosa, y los fenómenos se sucedieron en la cuarta parte del tiempo necesario para describirlos rápidamente.

Era el único signo exterior de religiosidad: ni alardes de fe ni entusiasmos provocadores. Eso quedaba para los pueblos donde flaquea la devoción y la verdad divina tropieza con enemigos.

Esta ira, consejera tremenda, tal vez los ha persuadido de que era menester que los pueblos sudaran sangre bajo la presión divina, y ha traído a sus encarnizados ojos la visión de Isaías; y han visto y han hecho ver a sus secuaces fanáticos al manso Cordero convertido en vengador inexorable, descendiendo de la cumbre de Edón, soberbio con la muchedumbre de su fuerza, pisoteando a las naciones como el pisador pisa las uvas en el lagar, y con la vestimenta levantada, y cubierto de sangre hasta los muslos. ¡Ah no, Dios mío!

Así resulta que lo que en ellos es una belleza divina, en Magdalena es un belleza que casi espanta. »¡Y qué dichosa se sentía, de estar allí tan cerca de la ventana! Hubiera dicho cualquiera que veía el cielo por primera vez, que por primera vez, también, aspiraba aquel aire tan puro y respiraba el aroma de aquellas flores.

El pecador falto de voluntad para refrenar sus malas obras le dice a Jesús, lavándose las manos en la intervención divina y dando testimonio de la falta de sentido de responsabilidad: "¿Es posible, dulcísimo Salvador de las almas, que convirtiendo tantos cada día, solo á la pérdida de la mía te has de demostrar insensible?"

Al mismo tiempo sus ojos se clavaron en Ricardo con tal expresión de miedo, de ternura, de súplica, de congoja, que éste sintió un fuerte estremecimiento, semejante al que produce una descarga eléctrica. ¡Era la misma mirada! ¡La misma que acababa de ver en sueños! Sintiose inundado por una gran claridad, por una luz divina. En aquel instante supremo todo lo vio, todo lo comprendió.

Estas llegaron a ser para ella invisibles, como lo es para todos los seres el fundamental medio de nuestra vida, la atmósfera. ¿Pero qué hacía Dios que no mandaba uno siquiera de los chiquillos que en número infinito tiene por allá? ¿En qué estaba pensando su Divina Majestad?

Parecía llorar. «Mauricia le dijo en tono lacrimoso la monja, con aquella buena fe que en ella equivalía a la gracia divina . Porque hayas sido muy mala no vayas a creerte que Dios te niega su perdón». Oyose un gran bramido, y la reclusa mostró su cara inundada de llanto. Dijo algunas palabras ininteligibles y estropajosas, a las que Sor Facunda y compañía no sacaron ninguna sustancia.