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Cólquida filipina, Mindanao, isla hermana, isla bella y divina en cuyo honor dispara sus retumbos el mar: para quien sea osado a herir tus esperanzas, como nuestra piña, corónate de lanzas y quede en ellas muerto el pulpo secular. Agosto, 1908. Ilang-ilang de los huertos filipinos, donde aroman aurinegras mariposas sus dos alas de colores vespertinos cual flabeles para reinas voluptuosas;

Al propio tiempo se desbordaba en el alma del desdichado joven un sentimiento quijotesco de la justicia, no tal como la estiman las leyes y los hombres, sino como se ofrece a nuestro espíritu, directamente emanada de la esencia divina. «Esto lo tolera y aun lo aplaude la sociedad... Luego, es una sociedad que no tiene vergüenza. ¿Y qué defensa hay contra esto?

Felíz aquel en quien concurren la mayor parte de estos incomparables bienes, que alguna vez, aunque de tarde en tarde, envia la Divina Providencia para manifestacion de su Gloria, y bien de la Humanidad.

Las otras eminentes personas que rodeaban al Gobernador se distinguían por cierta dignidad de porte, propia de un período en que las formas de autoridad parecían revestidas de lo sagrado de una institución divina.

Sepan que yo respeto a los ángeles: si Nina fuese criatura mortal, no la habría respetado, porque soy hombre... yo he catado rubias y morenas, casadas, viudas y doncellas, españolas y parisienses, y ninguna me ha resistido, porque me lo merezco... belleza permanente que soy... Pero yo no he seducido ángeles, ni los seduciré... Sépalo usted, Frasquita; sépalo, Obdulia... la Nina no es de este mundo... la Nina pertenece al cielo... Vestida de pobre ha pedido limosna para mantenerlas a ustedes y a ... y a la mujer que eso hace, yo no la seduzco, yo no puedo seducirla, yo no puedo enamorarla... Mi hermosura es humana, y la de ella divina; mi rostro espléndido es de carne mortal, y el de ella de celeste luz... No, no, no la he seducido, no ha sido mía, es de Dios... Y a usted se lo digo, Curra Juárez, de Ronda; a usted, que ahora no puede moverse, de lo que le pesa en el cuerpo la ingratitud... Yo, porque soy agradecido, soy de pluma, y vuelo... ya lo ve... Usted, por ser ingrata, es de plomo, y se aplasta contra el suelo... ya lo ve...».

Dice Millán que al otro día de salir yo de Madrid la mandó recado al convento, participándola dónde estaba mi padre, por si quería ir a verle, añadiendo que el pobre no hacía más que preguntar por ella: mamá repuso que ya se había curado de cosas terrenales y que no tenía más familia que Cristo y su divina Madre, pero que no se olvidaría de nosotros en sus oraciones.

Confinaban con aquella ciudad los indios Chiquitos que poco antes habían hecho paces con los españoles y pedían predicadores del Evangelio, que les enseñasen la ley divina.

Al calor maternal de aquella bondadosa señora, su corazón de hielo se había derretido. La esencia divina del amor penetró donde, hasta entonces, sólo había entrado la esencia de Satanás. Fué un verdadero milagro.

Entonces uno de los Padres Misioneros echó de ver que aquel no era mal que se había de curar sino con el remedio de algún extraordinario auxilio de la Divina Misericordia.

Mientras le hablaba el Padre, penetró Dios el alma de aquel bárbaro con un rayo de divina luz; de suerte, que aún no bien enteramente discípulo, salió á predicar como maestro en su pueblo, que no necesitaba mucho del magisterio de sus palabras cuando le sobraba el ejemplo de su Mapono para inducirle á hacer lo mismo.