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Tiene razón afirmó la joven prostituta Kravchenko, que seguía la discusión con un interés sostenido . ¡Se divertiría, cantaría, bebería, recibiría hombres, y luego, de la noche a la mañana, a hacer penitencia! No; sería demasiado cómodo. De ese modo, hasta a los mayores pecadores les sería fácil convertirse en santos. El joven abogado la miraba con una atención siempre en aumento.

No era probable que hubiesen venido a Madrid a divertirse, porque entonces el marido, labrador, hacendado, mercader o algo así, de alguna población de Andalucía o de Sevilla misma, las hubiera acompañado, y él también se divertiría y curiosearía. El marido debía ser un hombre ocupado. ¿Y qué ocupación podía tener el marido en Madrid, sino la de un empleo del Gobierno?

Ya se divertiría después; pero ahora pensaba en su responsabilidad; iba y venía, dirigía aquello como una batalla; se asomaba a veces a la puerta del comedor y rectificaba los ligeros errores del servicio con miradas magnéticas a que obedecían Pepa y Rosa como autómatas, disciplinadas a pesar de la expansión y la algazara, cual veteranos.

Tendría que suprimir los cigarros de la Habana, que repartía pródigamente, y los vinos andaluces de precios caros; tendría que contener su generosidad de gran señor, y no gritar más «¡Todo está pagadoen cafés y tabernas, ímpetu generoso de hombre acostumbrado a desafiar la muerte, que le hacía convertir su vida en un derroche loco; tendría que licenciar la tropa de parásitos y aduladores que pululaban en torno de él haciéndole reír con sus peticiones lloriqueantes; y cuando una hembra guapa de la clase popular viniese a él si es que llegaba alguna viéndole retirado , ya no lograría hacerla palidecer de emoción poniéndola en las orejas unos zarcillos de oro y perlas, ni se divertiría manchando de vino el rico pañuelo chinesco para sorprenderla después con otro mejor.

¡No, no querrá Dios!-dijo de una manera profunda el tío Manolillo ; no pensemos en eso. Me voy y te dejo solo, Felipe; pero cuidado con que te metas con mi Dorotea, porque... ¿Por qué? Porque me volveré loco, tendrás que hacer de Lerma tu bufón, y su excelencia te divertiría muy poco: adiós. Y el tío Manolillo salió, dejando sólo en su cámara á Felipe III.

Animadísimo lo encuentro yo. ¿Por qué dice usted eso?... Y los ojos de Baltasar buscaron los de Josefina, y una mirada se cruzó entre ambos. ¡Qué cosas tiene usted! Vaya, falta gente: usted no lo notará, pero falta. Yo, intervino Lola, me aburro con tanto dar y dar vueltas.... En cualquier sitio me divertiría más.

Bastante reñimos ya en el siglo XVI, para que volvamos a las andadas. La cosa no nos divertiría ahora, porque ya no tiene novedad. ¿No es cierto? Suspiró doña Brianda dignamente, por única respuesta. Y todos bebieron después; todos menos uno, el anfitrión, pues no le alcanzaron las copas, habiendo él roto dos, de puro nervioso, al tomarlas para que sirviera el vizconde...

Y el muy imbécil tal vez se divertiría, tal vez estarían con él las hermanitas, y todos juntos mirarían con desprecio a la gente que se pasea por bajo, sin pensar que de allí podría salir un acusador anónimo que les gritara: «¡Todo ese lujo, esa altivez que ostentáis, son debidos a la trampa, a la desvergüenza, a que vuestra madre es una...!»

No había ido con gusto al trabajo por ser domingo. Nunca iba con gusto, porque él daba a la rueda y su tía cobraba. Pero al fin, con gusto o sin él, allá fue tranquilo, pensando en que por la tarde se divertiría en el Canal o en la Arganzuela. Había estado toda la mañana esperando con mucho anhelo la hora de soltar el trabajo. Contaba los segundos por las vueltas de la odiosa rueda.

Queda bien, suena muy bien al oído: «La señora Princesa está servida. ¿La señora Princesa montará a caballo hoy?...» ¿Me divertiría siendo Princesa? y no... Entre todos los jóvenes que desde hace un año en París corren tras mi fortuna, este Príncipe Romanelli es hasta ahora lo mejor... Preciso será, que uno de estos días me decida a casarme... Creo que me ama... , ¿pero acaso lo amo?