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Gallardo púsose aún más pálido, contemplando con ojos azorados el paso de la cruz y el desfile de los sacerdotes, que rompieron a cantar gravemente, al mismo tiempo que miraban, unos con aversión, otros con envidia, a toda esa gente olvidada de Dios que corría a divertirse. El espada se apresuró a quitarse la montera, imitándole sus banderilleros, menos el Nacional.

Si la chica tosía era por vicio, pues no la faltaban su libra de pan y su rinconcito en la cazuela de arroz; algunos días hasta comía golosinas: morcilla de cebolla y sangre, por ejemplo. Los domingos la dejaba divertirse, enviándola a misa como una señora, y aún no hacía un año que le dio tres pesetas para una falda.

Apliquemos al caso presente aquel refrán que dice: «En casa del pobre más vale reventar que no que sobreEs menester sacarle bien el jugo a las pesetillas que vamos a gastar. ¡Pues no faltaba más! Sería un despilfarro hacer el gasto y no divertirse luego.

Pero el Mosco, de pronto, como si quisiera divertirse con su pavor, mostró empeño en llevarles a una expedición; y los dos amigos, por amor propio y que no se burlara de ellos, aceptaron la propuesta. ¡Adelante con la cacería! No iban a tener tan mala suerte que tropezasen con los guardas por ir al bosque una sola noche, cuando el Mosco llevaba meses y aun años sin verles.

Su mirada infundió tanto terror a Jacinta, que dijo por señas a su marido que le dejara salir. Pero el otro, queriendo divertirse un rato, hostigó la demencia de aquel pobre hombre para que saltara. «Venga acá, querido D. José. ¿Qué tiene usted que decir de su esposa, si es una santa?».

Toda su ambición se reducía a divertirse y agradar sin exceso, como el ave que vuela sin saberlo y canta sin esfuerzo. Aquella noche, había vuelto de paseo, cansada y algo indispuesta: se había quitado el vestido y puéstose una sencilla blusa de muselina blanca. Sus brazos blancos y redondos asomaban por los encajes de sus mangas perdidas: se había olvidado de quitarse un brazalete y las sortijas.

Con gusto, ¿eh? respondió Fuertes sin volver la cara . ¡Ay! mi señor don Alejandro... ¡si hubiera espejos para ver a los hombres por sus adentros en determinadas ocasiones!... Cornias, arrima un poco más el barco, hijo... Así... ¡Ajá! Cuidado, don Adrián... Venga la mano... Eso es... ¡Divertirse, caballeros! ¡Cómo le pusieron entre Nieves y su padre desde el yacht!

Vamos a tratar de convertirle en un perezoso; aquí no hay que pensar sino en descansar y en divertirse ¿no es verdad? Juan no contestó en seguida. Al fin consiguió dominarse y con voz casi exenta de vestigios de emoción dijo: Usted es demasiado buena en añadir estas palabras de bienvenida a la amable insistencia que han tenido en invitarme el señor y la señora Aubry.

Lo habían fundado unos pescadores á orillas de la ría, entre las repúblicas de Begoña y Abando, y andaban tristes y preocupados no sabiendo qué nombre dar á su aglomeración de chozas. Un día, por divertirse, arrojaron al Nervión un botijo vacío. Bil, bil, bil cantaba el agua al penetrar en él y cuando casi lleno se fué á fondo, lanza un sonoro bao.

Absolutamente, es muy natural. Además, siempre me ha gustado verla divertirse. ¡Oh! este estreno no es para una diversión, inquieta como estoy por la salud de mi padre... Entonces, supongo que no es por la pieza por la que va al teatro esta noche... no pudo dejar de decir Juan.