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En cuanto a Daudet, los mismos naturalistas no le cuentan entre los suyos sino con muchas atenuaciones y distingos, teniéndole más bien por un aliado útil que por un partidario fervoroso. Y realmente, en los libros de Daudet no faltan figuras de convención, ni deja de respirarse cierta atmósfera poética, que los intransigentes de la escuela condenan con los nombres de romanticismo y lirismo.

Pero álzase éste en queja del «atropello», y comienzan los trámites reglamentarios, y viene la ley con sus distingos y sutilezas casuísticas, y hete a nuestro hombre pagando los vidrios rotos y quizás a las puertas de la cárcel, como un salteador de caminos. Y hay casos de ello. ¿Por qué?

El populacho religioso admiraba sin peros ni distingos la humildad de aquella señora. «Aquello era imitar a Cristo de verdad. ¡Emparejarse, como un cualquiera, con el señor Vinagre el nazareno; y recorrer descalza todo el pueblo!... ¡Bah! ¡era una santa!». En cuanto a don Víctor, al pasar debajo de su balcón el Magistral y Ana preguntó a Mesía: ¿Están ya ahí?

Sus explicaciones del Antiguo y Nuevo Testamento, todos los lunes y viernes, atraían a la iglesia a los más doctos seglares de la ciudad y a muchos estudiosos de los conventos. ¡Y qué controversista! Ninguno de sus colegas de Cabildo podía seguirle a través de sus primos y secundos, de sus ergos y distingos.

Gran parte de estas reflexiones se las debo a mi marido, que es tan inteligente como bueno, pues ya supondréis que yo me perdería en estas complejidades psicológicas y en estos distingos sutiles entre venganza y rencor. Decíamos que el máximo amor está muy cerca del repentino y máximo odio.

Don Fermín contestó que la cuestión era compleja... y le citó autores. Entre ellos recordó Ana que estaba Pascal en sus Provinciales; ella tenía aquel libro, lo leyó... y creyó volverse loca. «Oh, el ser bueno era además cuestión de talento. Tantos distingos, tantas sutilezas la aturdían». Pero siguió callando el tormento de la tentación.

Su chaleco aparece siempre con los cuatro botones superiores desabrochados; la cadena es de plata, gorda y con muletilla. Sarrió es un epicúreo; pero un epicúreo en rama y sin distingos. Ama las buenas yántigas; es bebedor fino, y cuando alza la copa entorna los ojos y luego contrae los labios y chasca la lengua. Sarrió no se apasiona por nada, no discute, no grita; todo le es indiferente.

La respuesta es clara, pero no puede darse sin distingos. Sin distingos no cabe duda que se debe condenar una fiesta en la que para divertirnos exponen su vida unos cuantos prójimos nuestros.

De aquí que para hacer los distingos indispensables y marcar bien los límites hasta donde se extiende mi condenación y las razones en que ésta se funda, necesite yo más espacio del que puede ofrecerme El Liberal y acaso más paciencia de la que presumo que han de tener sus lectores.

Y Santiago, que, «por casualidad», no pensaba en otra cosa, tomó el punto donde le había dejado entonces, y continuó hablando de ello, con cuantas amplificaciones y distingos le parecieron del caso y bien acomodados a la rectitud y santidad de sus miras.