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Por la noche, algunas fuerzas de infantería y dos piezas pasaron por junto a la barca, mientras el grueso del ejército con la caballería nos disponíamos a hacerlo media legua más arriba. Antes de amanecer sentimos algunos tiros del otro lado, y diósenos orden de hacer el menor ruido posible y de no encender lumbre.

Uno de ellos, al parecer el más joven y el menos fatigado y enfermo, tomó la palabra y dijo: Yo, señor, soy Juan de Cartagena y salí de Castilla mandando uno de los cinco bajeles que trajo el portugués Fernando de Magallanes para lograr su propósito de ir más allá de este continente, de llegar a la India, caminando siempre hacia el Oeste. La insufrible soberbia del portugués y los malos modos y la aspereza con que me trataba me movieron a rebelarme contra él cuando aún estábamos en el Golfo de Guinea. Magallanes me venció y me tuvo preso. Fue tanta su crueldad que permanecí en el cepo, durante muchas semanas, hasta que llegamos cerca de estos lugares. Hartos mis compañeros de sufrir al portugués, a quien ya tenían por loco, y recelando que los llevaba a perdición segura, se sublevaron contra él en una bahía que no dista mucho de aquí. Tres fueron los bajeles sublevados. Las principales cabezas de la sublevación fueron Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada. Ellos me pusieron en libertad, y yo combatí en favor de ellos. Sólo dos bajeles quedaron sujetos al portugués. De los otros tres disponíamos nosotros. Magallanes, no obstante, pudo vencernos. Entró al abordaje en nuestros navíos y Luis de Mendoza murió cosido a puñaladas. Horribles fueron los castigos que Magallanes impuso. A Gaspar de Quesada, por mano de su propio criado, que sirvió de verdugo, hizo que le cortaran la cabeza. Y descuartizados los miembros de Quesada y de Mendoza, fueron suspendidos de los mástiles para espantoso escarmiento de todos. No por qué Magallanes me perdonó la vida y tuvo compasión de , si compasión puede llamarse. El feroz capitán, al ir a entrar en el Estrecho, me dejó abandonado sobre la costa inhospitalaria.

Italia con su cielo sereno, con su clima templado, con las bellezas que a cada paso puede ofrecer al viajero, constituiría para mi dolor una cruel ironía. ¡Al pensar en que nos disponíamos a ir los dos a ese país encantador y en que ahora deberíamos estar en Niza!... ¡Oh! ¡Cuán diferente, Dios mío!... Amaury se interrumpió: los sollozos ahogaron su voz.

Salimos al fin frente por frente del Colegio de la Compañía, y ya nos disponíamos á estudiar la enorme y suntuosa fachada de su iglesia, cuando reparamos que en la acera opuesta se alzaba una de las maravillas arquitectónicas más célebres de Salamanca; uno de los monumentos que íbamos buscando ex-profeso en aquel viaje; uno de los palacios más bellos y singulares que nos ha legado el siglo XV. Me refiero á la Casa de las Conchas.

Buscando manera de pasar las horas de que disponíamos más dignamente que vagando por las calles, tropezamos al bajar la cuesta de Santo Domingo con el Teatro Real. Al instante se me ocurrió la idea de entrar: Teresa la aceptó inmediatamente, y a fin de que no reparasen en nosotros, tomamos entradas de paraíso.

Buscando manera de pasar las horas de que disponíamos más dignamente que vagando por las calles, tropezamos al bajar la cuesta de Santo Domingo con el Teatro Real. Al instante se me ocurrió la idea de entrar: Teresa la aceptó inmediatamente, y a fin de que no reparasen en nosotros, tomamos entradas de paraíso.

Buscando manera de pasar las horas de que disponíamos más dignamente que vagando por las calles, tropezamos al bajar la cuesta de Santo Domingo con el Teatro Real. Al instante se me ocurrió la idea de entrar. Teresa la aceptó inmediatamente, y á fin de que no reparasen en nosotros, tomamos entradas de paraíso.