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Para vencer los naturales impulsos del amor propio se mostró más afable con las personas que le habían causado algún disgusto que con las otras, y bastaba que una le hiriese más o menos en el orgullo para que inmediatamente la colmase de atenciones como si le debiese gratitud.

, en León.... Si él supiese lo que pasa, tendría un terrible disgusto. ¡

El doctor reprimió un movimiento de disgusto y respondió con el tono más natural, como el de un hombre en el que la virtud no es pedantería: ¡Dios mío! señora, es mi costumbre, y ya soy demasiado viejo para corregirme. Nosotros los médicos cuidamos a nuestros enfermos como los perros de Terranova salvan a los que se están ahogando. Cuestión de instinto.

Los de la fiesta no resultaron alegres. La gente se mostraba lacia, desanimada, como si todos se hallasen bajo el peso de un disgusto. Y en realidad, no era grato ver alejarse, quizá para siempre, á un amigo de toda la vida. El mismo señor Rafael, cuya alegría era inagotable, estaba menos expansivo.

Navarro manifestó en su semblante, sin decir palabra alguna, el disgusto que le causaba un tema planteado ya muchísimas veces, aunque, sin fruto, por el venerable padre Gracián. No, no frunza usted el entrecejo dijo este, mostrándose decidido . No cejaré sino cuando usted me retire su amistad y me arroje de su casa. Eso no....

Algunas viejas se habían apoderado de la alacena, y á cada momento preparaban grandes vasos de agua con vino y azúcar, ofreciéndolos á Teresa y á su hija para que llorasen con más «desahogo». Y cuando las pobres, hinchadas ya por esta inundación azucarada, se negaban á beber, las oficiosas comadres iban por turno echándose al gaznate los refrescos, pues también necesitaban que les pasase el disgusto.

Sólo el perro del comercio de quincalla, que acababa de cerrarse, continuó algún tiempo ladrando con furia. Al fin también éste cesó, aunque muy a disgusto. El canto de la moribunda Violeta volvió a escucharse, puro y límpido como antes.

Únicamente el perro, enroscado á sus pies, parecía conservar recuerdos y sentir odio. Hociqueaba con hostilidad toda la procesión de faldas entrante y saliente, y gruñía como si deseara morder, conteniéndose por no dar un disgusto á sus amos. La gente menuda participaba del enfurruñamiento del perro.

Con disgusto, Krilov dirigió una mirada a su viejo gabán, al botón que colgaba con un pedazo de la tela; se imaginó su rostro amarillo y agrio, que detestaba, hasta el extremo de no afeitarse sino una vez al mes; sus ojos, con gafas azules, y se convenció, con un placer maligno, de que parecía, en efecto, un espía.

Juan comprobó, con profundo disgusto, que Huberto Martholl se precipitaba tras de María Teresa, y se instalaba al lado de ella en el break; la joven lo recibió con una sonrisa. ¡Oh! cuánto habría dado Juan por oír las palabras que cambiaban...