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Aunque Morsamor disimulaba su disgusto, que solía rayar a veces en repugnancia, donna Olimpia, era muy avisada y no dejó de conocerle; pero donna Olimpia era muy soberbia y no se dio por entendida ni formuló la menor queja.

¡Si no me enfado, hija mía! replicó don Alejandro dulcificando el tono de sus palabras y la expresión de su semblante , lo que se llama propiamente enfadarme... ni siquiera te pido que te alborotes de alegría; y me conformo con mucho menos: con que no te causen disgusto estas noticias.

Esa cuestión, querido Rufete observó Aviraneta viendo con disgusto que la musa histórica de su secretario remontaba el vuelo en demasía , ha perdido su oportunidad. Poco nos importa saber quien lo hizo peor en América. En cuanto al ejército, ya sabemos que en su mayoría es liberal; pero usted mismo ha hablado de traidores: traidores hubo en América, y también los hay en España.

Tenía a papá y a Gabriel con quien vivir siempre. Si ellos se me morían, podía entrar en un convento: el de las Carmelitas, en que está la tía Dolores, me gustaba mucho. En fin, no he tenido culpa ninguna del disgusto de Rita.

Bárbara manifestaba a su madre con gozo discreto, que Baldomero no le daba el más mínimo disgusto; que los dos caracteres se iban armonizando perfectamente, que él era bueno como el mejor pan y que tenía mucho talento, un talento que se descubría donde y como debe descubrirse, en las ocasiones.

Al anochecer he partido hacia Mâcón y al pasar por frente al colegio de los Jesuitas, he visto a los colegiales y oído sus gritos alegres: por fortuna, mi hijo no ha salido a la verja para ver pasar el coche; yo me alegro mucho, porque hubiéramos tenido un disgusto grande y no conviene enternecer demasiado el corazón de estos niños que mañana serán hombres y necesitarán en ocasiones dureza de corazón para sufrir las adversidades de la suerte.

Se le llamaría Antonio Diego Sebastián, porque Sebastián iba a ser el padrino. Por todo pasó Bonifacio. No quería disturbios todavía; podía hacerle daño a Emma cualquier disgusto. No, ahora no. Todo lo aplazaba. ¿No estaba él decidido a ser muy enérgico? ¿No estaba decidido a salvar, si era tiempo, los intereses de su hijo, y a darle el ejemplo de la propia dignidad?

Por de pronto, es noblote a no poder más; y hasta el día de la fecha... en buena hora lo diga, no me ha dado ningún disgusto... quiero decir, un verdadero disgusto... Pues eso ya es algo, don Adrián. ¡Caray! ¡vaya si lo es! ¡Y no doy yo pocas gracias a Dios por ello! No, no: en ese punto, marchamos bien.

En jamás de la vida me ha dado el más pequeño disgusto esta mujercita que Dios bendiga. ¡Qué hacendosa! ¡qué ahorradora! ¡qué limpia!... ¡Los chorros del oro, muchachos!... Que tiene el genio vivo... que es un poco gruñona, ¿y qué?... Eso consiste, amigos, en que el alma no le cabe dentro del cuerpo. Los bueyes tardos necesitan quien les aguije.

¡Ah! dijo con cierto disgusto la Dorotea. Enamorado de vos. ¡De ! exclamó riendo la comedianta. ¡Cosas de Quevedo! dijo Montiño terriblemente contrariado. No, no por cierto... cosas de Dorotea. ¡Cosas mías! Ciertamente, porque vuestras cosas son las que han quitado el apetito de todas las cosas al señor Juan Montiño. ¡Ah! ¿os llamáis Montiño? Es sobrino del cocinero mayor del rey.