United States or Saint Pierre and Miquelon ? Vote for the TOP Country of the Week !


Al oscurecer, abandonó Jacobo el balcón para dirigirse a casa de Currita, donde estaba citado con el buey Apis desde la víspera; cierto senador famoso, disgustado recientemente con el Gobierno, había solicitado de Martínez, por medio de la dama, una entrevista, y ella apresuróse a ofrecerles, como terreno neutral, su propia mesa; ambos debían, por lo tanto, comer aquella noche en casa de la Albornoz con este objeto, y Jacobo, el niño mimado del nuevo partido, no podía faltar tampoco en aquella ocasión al lado de su jefe.

Lo único que le traía disgustado era la mala educación y la ignorancia de su clientela, que se empeñaba en llamar á su establecimiento «boliche», como en los primeros días de su fundación, sin querer reconocer los engrandecimientos importantes realizados por su dueño, ni el rótulo de «almacén» que figuraba sobre la puerta.

El señor de Lerne había ido a despedirse. Aunque la separación debía ser corta, no le fue dado dejar de sentirse emocionada y sin fuerzas. Temiendo manifestar demasiado sentimiento, llevó la reserva hasta mostrarse fría. Admirado de su actitud concentrada y algo burlona, el señor de Lerne púsose también silencioso y disgustado.

Montesinos no pareció disgustado con esta respuesta, pero sus ojos brillaron con más curiosidad, y volvió a examinar atentamente al clérigo de los pies a la cabeza. Como los elogios de mi hermana no tienen valor alguno... saque usted la consecuencia. Una levísima sonrisa apuntó a sus labios al pronunciar estas palabras.

Su padre, en efecto, a quien había disgustado profundamente el año que perdía Nébel tras un amorío de carnaval, debía apuntar las íes con terrible vigor. A fines de Agosto, habló un día definitivamente a su hijo: Me han dicho que sigues tus visitas a lo de Arrizabalaga. ¿Es cierto? Porque no te dignas decirme una palabra.

Antes morir aquí mismo. Nébel pasó todo el día disgustado, y decidido a vivir cuanto le fuera posible sin ver en Lidia y su madre más que dos pobres enfermas. Pero al caer la tarde, y como las fieras que empiezan a esa hora a afilar las uñas, el celo de varón comenzó a relajarle la cintura en lasos escalofríos. Comieron temprano, pues la madre, quebrantada, deseaba acostarse de una vez.

Pablo estaba tan entusiasmado, que su madre lo detuvo. Delante de M. de Larnac, que estaba bastante disgustado, dejaba estallar con demasiada candidez la satisfacción de tener por vecina a la maravillosa americana.

Juan lo mira disgustado y está a punto de preguntarle: «¿Desde cuándo tienes secretos para Pero la súplica que lee en los ojos de su hermano le cierra la boca, y los dos salen juntos del molino cogidos del brazo. Ha llegado la noche... La rueda grande se ha detenido, condenando a la inmovilidad a todo el engranaje de las pequeñas.

El lo prometió solemnemente. Pensando en la falta de su cuñada, se repetía con frecuencia: «Del agua mansa me libre Dios, que de la corriente me libraré yo». Y desde entonces no sólo perdonaba a su mujer aquella ligereza y frivolidad, afición al lujo y carácter altanero que tanto le habían disgustado, sino que llegó a ver en estos defectos una garantía de su fidelidad.

Conocido el intento, patente a mis ojos el engaño, me hubiera disgustado en lugar de atraerme. Su propia inocencia, su candidez purísima ha sido, pues, como agudo puñal con que ella ha traspasado mi corazón.