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Los sobresalientes y premios del colegio de Alcira continuaban en Valencia, y además, don Ramón y su esposa se enteraban por los periódicos de los triunfos alcanzados por su hijo en la «Juventud jurídico escolar», una reunión nocturna en un aula de la Universidad, donde los futuros abogados se soltaban a hablar discutiendo temas tan originales como si la «Revolución Francesa había sido buena o mala», o «el socialismo, comparado con el cristianismo».

Los devotos de otros matadores, serenos ya y libres del arrebato que los había arrastrado a todos, rectificaban su espontáneo movimiento, discutiendo a Gallardo. Muy valiente, muy atrevido, un suicida; pero aquello no era arte.

Quedaron discutiendo la forma más adecuada de aumentar, sin gravar mucho al Tesoro, ocho duros mensuales a los capitanes, cinco a los tenientes y tres a los alféreces.

Ansioso de distracción, de conversaciones que le aturdiesen, juntábase muchas noches con ciertos borrachos famosos, y bien entrada la mañana se les veía por las calles más céntricas, con paso inseguro, discutiendo a voces de filosofía o literatura. En mitad de una disputa, el recuerdo de Feli asaltaba a Isidro, y rompía a llorar. Los compañeros atribuían la culpa de este llanto al coñac.

Iba Salvador en trajo de camino y Zorraquín en un pergenio mixto de viajero y eclesiástico, sin sotana, con botas negras, capa de cura y un gorro de terciopelo negro, cuyo borlón bailaba al duro compás de la caballería. Durante las primeras horas de su expedición hablaron del objeto de ella, discutiendo las probabilidades de éxito.

Años enteros llevaba discutiendo con una parroquia del interior de Madrid que alegaba mejor derecho para monopolizar el servicio religioso de la plaza.

Pasaba la mañana leyendo en la cama: las tardes y las noches en el café discutiendo a gritos lo que había leído por la mañana. Los vecinos no le querían; pero respetaban mucho su ilustración y talento. ¿Quién ha pedido la palabra? preguntó don Rosendo. Suárez... Sinforoso Suárez dijo el joven inclinando su busto sobre la barandilla. Usted la tiene, señor Suárez.

Y allí mismo estuvieron discutiendo sobre si el indio tenía ó no disposiciones para la escultura, si convenía fomentar dicha arte y se inició una general disputa que cortó D. Custodio diciendo que los indios tenían disposicion pero debían dedicarse esclusivamente á hacer santos.

¡Santo Cielo! añadí yo. Entonces, siquiera podríamos olvidarlo continuó Rosa. A duras penas, mientras ande Rodolfo por aquí observó mi hermano. ¿Y por qué olvidarlo? pregunté yo. ¡Rodolfo! exclamó mi cuñada ruborizándose y más bonita que nunca. Me eché a reír y volví a mi almuerzo. Por lo pronto me había librado de seguir discutiendo la cuestión de lo que yo debería hacer o emprender.

Así habían pasado las últimas semanas, hablando del viaje, discutiendo sus preparativos, forjándose ilusiones sobre los resultados, pero viéndolo siempre en lontananza; hasta que, de pronto, les avisaba el zarpazo de lo inmediato, de lo inevitable.