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Para resumir diremos, que tomó cuerpo la creencia de que el Reverendo Arturo Dimmesdale, á semejanza de otros muchos personajes de especial santidad en todas las épocas de la religión cristiana, se veía tentado por Satanás mismo, ó por un emisario suyo en la persona del viejo Rogerio Chillingworth.

La mayor parte lo hacen, dijo Dimmesdale llevándose la mano al pecho como si fuera presa de repentino dolor. Más de una infeliz alma ha depositado en su secreto, no solo en el lecho de muerte, sino en la plenitud de la existencia y del goce de una buena reputación.

Se diría que madre é hija estaban comunicando su calor vital á la naturaleza medio congelada del joven eclesiástico. Los tres formaban una cadena eléctrica. ¡Ministro! susurró la pequeña Perla. ¿Qué deseas decir, niña? le preguntó el Sr. Dimmesdale. ¿Quieres estar aquí mañana al mediodía con mi madre y conmigo? preguntó Perla.

Respecto á su origen se dieron varias explicaciones, todas las cuales fueron simplemente conjeturas. Algunos afirmaban que el Reverendo Sr. Dimmesdale, el mismo día en que Ester Prynne llevó por vez primera su divisa ignominiosa, había comenzado una serie de penitencias, que después continuó de diversos modos, imponiéndose él mismo una horrible tortura corporal.

fuerte por , respondió Dimmesdale. Aconséjame lo que debo hacer.

Aquí, vista solamente por los ojos del ministro, la letra escarlata no ardía en el seno de la mujer caída. Aquí, visto solamente por los ojos de Ester, el ministro Dimmesdale, falso ante Dios y falso para con los hombres, podía ser sincero un breve momento. Dimmesdale se sobresaltó á la idea de un pensamiento que se le ocurrió súbitamente. ¡Ester! exclamó ¡he aquí un nuevo horror!

Dimmesdale que, reclinado sobre el balconcillo, con la mano sobre el corazón, había estado esperando el resultado de su discurso. ¡Maravillosa fuerza y generosidad de un corazón de mujer! ¡No quiere hablar!... Y se echó hacia atrás respirando profundamente.

Me preguntásteis, no ha mucho, dijo, mi opinión acerca de vuestra salud. Así lo hice, respondió Dimmesdale, y me alegraría conocerla. Os ruego que habléis francamente, sea cuál fuere vuestra sentencia. Pues bien, con toda franqueza y sin rodeos, dijo el médico ocupado aun en el arreglo de sus hierbas, pero observando con circunspección al Sr.

La mera circunstancia de ser ficticio el nombre de Arturo Dimmesdale, mientras el Reverendo Wilson y el Gobernador Bellingham figuran con sus nombres y títulos verdaderos, debería constituir suficiente prueba para no imputar los hechos de Dimmesdale al Reverendo Cobbett, predicador genuino del sermón de la elección en 1649.

Dimmesdale, y comparándola con el vigor de las suyas, á pesar de la diferencia de edad, creían que les precedería en su viaje á la región celestial, y recomendaban á sus hijos que enterrasen sus viejos restos junto á la santa fosa del joven ministro. Y mientras tanto, cuando el infortunado Sr.