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Yo también me reí, pues sabía que la abuela le había contado de cabo a rabo mi escena de la Catedral. Comprendo ese rencor continuó el cura. He perdonado, señor cura. Muy bien; digamos entonces su memoria. El consejo de referirse a las hablillas corrientes ha sido una broma; nada más falso, con frecuencia, ni más malo siempre.

Así lo atestiguan las esculturas y las pinturas que en la Alhambra se conservan. Poesía dramática no tuvieron nunca. Algo de poesía épica ó narrativa puede decirse qué tuvieron, si bien no tuvieron nada que, ni remotamente, pudiera compararse, no digamos ya al antiquísimo poema del Cid, pero ni á las leyendas de santos de Gonzalo de Berceo.

Con la salve y la letanía no terminaban los rezos. Un paje que hacía funciones de monacillo al lado del maestre recomendaba después con su voz infantil: Digamos una Ave María por el navío y la compañía. Sea bien venida contestaba la multitud. Y cuando se finalizaba este rezo, el maestre saludaba a todos con grave compostura. Amén, señores, y que Dios nos buenas noches.

Maltrana lo miró con más atención que otras veces, como si se despidiese de él. Digamos adiós al noble amigo don Wolfgang, que ha visto con paciencia tantas necedades nuestras... Este fue un hombre feliz. No se vio obligado, como nosotros, a correr el mundo en busca de dinero. La fortuna fue pródiga para él, como una de esas viejas apasionadas que gustan de proteger a los buenos mozos.

Entonces hacía propósito de respetar a la mujer inocente que él mismo había introducido en la escena resbaladiza y brillante que pisaba. Digamos ahora algunas palabras de la duquesa: Era esta señora virtuosa y bella. Aunque había entrado en los treinta años, la frescura de su tez y la expresión de candor de su semblante le daban un aspecto más joven.

Y el primero que a fuerza de hacha y de fuego vació el tronco de un árbol y se echó al agua en él, fue un semidiós para los infelices que habían de pasar ríos y estuarios nadando como anguilas... Miremos siempre abajo, amigo Ojeda, para tranquilidad nuestra, y digamos que el Goethe es un gran buque y que en él se vive perfectamente.

Determinación de la meridiana, de día.= Digamos ahora la manera de orientarse durante el día, observando la dirección de las sombras que proyecta una varilla ó vástago vertical, dispuesta sobre un plano horizontal.

Tomás! y en que tantas glorias habían conquistado órdenes enemigas, digamos sus rivales. Este era el profesor que aquella mañana, leida la lista, mandaba decir la leccion de memoria, al pié de la letra, á muchos de los alumnos. Los fonógrafos funcionaban, unos bien otros mal, otros tartamudeaban, se apuntaban.

Pues no digamos nada si el sabio da cuerda a las figuras, y como la mayor parte de ellas son automáticas, se sueltan a andar y hasta abren la boca y saludan en griego al ilustre tourista.

Conocerlas, así como suena, no; pero contar con ellas, de fijo. ¡Pues es tonta la niña, y no me tiene bien estudiado que digamos!... Y ¿qué tal cara pondrá el otro?... ¿El de Méjico? No, el de acá. ¡El de acá! ¡Leto?... Mi señor don Alejandro, ¿puede usted imaginarse la cara que pondrá un santo al entrar en la Gloria eterna?