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Sin agraviar, yo ajustarlas como la misma luz, y que el D. Carlos, cuando se le hace mucho lo que nos da, se pone malo por ahorrarse algunos días, lo cual que ha de saberle mal a la difunta. Cállate, mala lengua. Mala lengua , y... ¿quieres que te lo diga?... ¡adulona! ¡Lenguaza!».

Al entrar en su casucha cerró la puerta, y la difunta, siempre con su niño de la mano, se filtró á través de las maderas.

No añadas más decía . Desde aquí veo con los ojitos cerrados el rumbo que hay que seguir y la sepultura de la difunta, como si no hubiese visto otra cosa en mi vida.... Pero hablemos de cosas más interesantes, «cuyano».... ¿Cuánto piensas enviar á esa pobre señora? El gaucho, teniendo en cuenta lo que iba á costarle el mensajero, insistía en repetir un envío de treinta pesos.

La égloga á Claudio desvanece las dudas que sobre este punto pudieran abrigarse, porque después de describir en ella su expedición á Inglaterra, y de hablar de una pasión amorosa que entonces lo dominaba, dice, aludiendo sin ambajes á su difunta esposa: «¿Y quién pudiera imaginar que hallara Volviendo de la guerra, dulce esposa, Dulce por amorosa, Y por trabajos cara?

Empezaba á olvidarse, abismado en estos cálculos, de la difunta y de todo lo que le rodeaba, cuando un personaje inesperado le hizo volver á la realidad con su inquietante aparición. No estaba solo en el desierto. Vió al otro lado de la fila de piedras en forma de muro un perro enorme que gruñía, con la piel dorada cubierta de manchas de rojo obscuro.

En el instante en que la bala homicida le atravesaba las carnes, en que sus ojos se cerraban a la luz, ¿había aparecido en su cerebro la sombra de un reproche? ¿Podría haber sido reprochable el último pensamiento de su vida? Cuando Vérod se hacía estas preguntas, la respuesta no era para él dudosa: la difunta había perdonado. Y él ¿debía, a su vez, perdonar?

El amor tiene que recibir satisfacción. En la plena felicidad muere, pero después de haber vivido. Conservarle la vida de miedo de que muera, es como matarse porque se tiene que morir. Pero la vida del amor depende de una condición: la observancia de las leyes. Piense usted en su difunta hermana. ¿Qué habría deseado usted para ella, si hubiera vivido? Que hubiera amado a un hombre que la amara.

Y aunque no hubiera idolatrado en vida a la víctima y ansiado después vengarla, ¿no debían incitarle a salvar a la inocente y desenmascarar al culpable ese amor a la justicia y esa sed de verdad que la difunta le había inspirado?...

Cuando volvió al hotel subió a la cámara mortuoria, y allí halló a Juanilla, transida de miedo y de cansancio, velando a la difunta. La criada le dijo, en son de queja, que la señorita Lucía le había encargado velar un rato, pero que el rato era ya muy largo, larguísimo, y que ella no podía más.

Dice así en la epístola de Belardo á Amarilis: «Feliciana, el dolor me muestra impreso De su difunta madre en lengua y ojos; De un parto murió; ¡triste suceso! Porque tan gran virtud á sus despojos Mis lágrimas obliga y mi memoria, Que no curan los tiempos mis enojos. De sus costumbres santas hice historia Para mirarme en ellas cada día, Envidia de su muerte y de su gloria.