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Todos le creyeron, por lo menos, pariente de la difunta, y le abrieron paso. Y así gritando y codeando, logró llegar á la puerta de la casa. En ella estaba Pedro, el antiguo criado de Dorotea, con un talego en la mano, del que sacaba sucesivamente reales de plata que iba entregando á los pobres que se presentaban.

Levanta los hombros, inclina la cabeza, hace un gesto de inhibición, como siempre que su príncipe le da órdenes absurdas con un rostro duro que le recuerda el de la difunta princesa en sus días borrascosos. ¿Busco á don Atilio?... Ha tenido varios lances de honor; sabe lo que es eso, y podrá ayudarme. Lubimoff acepta.

Y sin que refrenase su dolor la inquebrantable fe religiosa que daba vigor a su alma, la joven condesa, lloró durante meses a su difunta madre sin hallar consuelo, y olvidada casi de cuantos devaneos, ilusiones y esperanzas habían poetizado su solitaria existencia en aquellos últimos tiempos. Poldy, sin embargo, aunque no se consoló, hubo al cabo de serenarse y calmarse.

En casa de Visita faltaban los moldes de cierto flan invención de la difunta doña Águeda Ozores; además, el horno de la cocina no tenía tanto hueco como el de la cocina de la Marquesa; en fin, no le adornaban otras condiciones técnicas, que no entendían ellos.

Expiraba. ¿Por qué se habrá matado? No lo . ¿Qué dijo el Príncipe? Lloró. ¿Cuántas veces ha venido usted a esta casa? Dos o tres veces. ¿No desagradaban a la difunta esas visitas de usted? No . ¿Conoce usted a Vérod? No quién será. La persona que denuncia el asesinato. No lo conozco. El juez cesó de interrogarla. La ignorancia de usted es demasiado grande.

La carta dirigida por la Condesa a sor Ana Brighton habría revelado el misterio; pero no era posible encontrar a sor Ana. Ya no estaba en Nueva Orleans, donde había fechado sus últimas cartas halladas en casa de la difunta, y nadie sabía a qué país se había marchado. Ferpierre esperaba, sin embargo, que un día u otro ella misma hiciera llegar a manos de la justicia el deseado documento.

Soy el cenobita de estas soledades; me hacen compañía las aves, el sol, la brisa campestre llena de bondades y el recuerdo de una difunta ilusión. Al caer la tarde, por este camino a quien fresca sombra los árboles dan, pasa con sus dichas el buen campesino montado en el lomo de su carabao .

Rosalindo acabó por aceptar la cifra, ya que este desembolso iba á librarle de nuevos encuentros con la difunta. Más difícil fué llegar á un acuerdo con ño Juanito sobre sus gastos de viaje. Por menos de cien pesos no se movía de su tierra natal. El era muy patriota, y como estaba viejo, sólo por una suma decente podía correr el riesgo de que lo enterrasen fuera de Chile.

Tal vez aquello no era del todo increíble, dada la violencia de su naturaleza; pero, para admitirlo, se necesitaba todavía que entre él y la difunta hubieran mediado explicaciones, provocaciones, amenazas.

Esta situación me impone también deberes, el primero de los cuales sería hacer los honores fúnebres a la difunta y acompañarla decentemente al cementerio... Ahora bien, mire usted, hijo mío, estas piernas llenas de cataplasmas... ¡Bonita facha de heredero para escoltar hasta la última morada a aquella noble señorita!