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Hizo el elogio de Germana, sin decir nada de la familia, y describió la miseria en que vivían los duques. Don Diego dijo que era preciso enviarles un pronto socorro sin humillarles.

11 No hay reinar como vivir, del Dr. Mira de Mescua. 12 A igual agravio no hay duelo, de D. Ambrosio de Cuenca. 1 No puede ser, de D. Agustín Moreto. 2 Leoncio y Montano, de D. Diego y D. José de Figueroa y Córdova. 3 El delincuente sin culpa y bastardo de Aragón, de D. Juan de Matos Fragoso.

¡Muy bonito! exclamó la señora de Villanera . Si él sube al coche, yo misma desengancharé a los caballos. Don Diego, usted no me consultó para tomar una amante; no me escuchó usted cuando le dije que había caído en manos de una bribona; puesto que usted me consulta hoy, tendrá que escucharme hasta el fin. Soy yo quien le he casado.

A Santa Cruz de vuelta ya venido, De D. Gabriel le viene un mensagero Con cartas del Virrey, y prometidas Del propio, y Gomez y Avila las vidas. Llegando D. Gabriel á aqueste puesto, Que las horcas de Chaves es llamado, Halló como D. Diego con el resto De su gente ya habia caminado.

Era fumador, como creo ya haberos dicho. Desde el primer día del viaje se redujo a fumar dos cigarros por día; uno por la mañana, antes de partir, y el otro por la noche, antes de acostarse. Pero una mañana la enferma le dijo: ¿No ha fumado usted? Me parece sentir el olor del tabaco. Don Diego dejó sus cigarros en la primera posada y no volvió a fumar.

Admitiéronle, y entraron, y a poco, encerrado el capitán Diego de Urbina con Cervantes en la cámara del alcázar de popa, oía el cuento de su desdicha, y le amparaba, y secretamente en la galera le tenía.

Cuando entramos en la estancia de D. Diego, al punto se nos presentó D. Paco, aturdido, sofocado, balbuciente, con unas disciplinas en la mano, el vestido menos puesto en orden que de ordinario, y ostentando algunas desgreñaduras en lo alto de su peluquín.

Le faltaba la compañía de los de su edad y era inútil que se le quisiera enseñar a jugar. Hay niños de dos años que ya saben decirlo todo; él apenas si pronunciaba cinco o seis palabras de dos sílabas. Don Diego lo adoraba tal como era: un padre es siempre un padre; pero él tenía miedo a don Diego. Decía mamá a la vieja condesa, pero no la besaba sin llorar muchas veces.

Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole: ¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa.

Avecindóse en el Cuzco, aunque no de los primeros, y tenia sus casas al barrio de Carmenca, no lejos de las que fueron de Diego de Silva, hijo del famoso novelista Feliciano de Silva.