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D. Valentín, muy afligido y lloroso, y no menos humilde, contestó que nada tenía que perdonar; que él era el culpado, pues no había sabido hacer dichosa á una mujer tan santa y tan buena. El rostro macilento de Doña Blanca se tiñó entonces de ligero rubor. Sus labios exhalaron un triste suspiro.

A propuesta de la enferma, arrendaron una casita en los arrabales de la población, para esperar allí la primavera que llegó tarde aquel año, y la convalecencia de la señora de Ponce que no vino jamás. No obstante, era paciente y dichosa. Le gustaba observar cómo retoñaban más allá de su ventana los árboles desconocidos para ella en California, y preguntar a Carolina sus nombres y sus frutos.

¡Qué ciencia la de usted! Esa es la ciencia que sólo pertenece á la santidad. ¡Dichosa quien puede ver las miserias de la tierra desde tan grande altura, y puede juzgar serenamente de todo! Usted que conoce el mundo. No, Lázaro: yo no lo que es el mundo. ¡Oh! Entonces es usted más feliz todavía.

Era dichosa, ciertamente, sonriendo entre dolores; era bien envidiable su destino; pero yo me quedaba sin ella en el mundo, y era su madre..., y moría por mi causa..., mejor dicho..., ¡Dios poderoso!, ¡la mataba yo! »Nada tuvo que hacer allí el médico. Delante de ella, infundiéndonos ánimo, parecíamos nosotros los enfermos.

Ocurríansele desde aquella mañana, con la persistencia de una cantata en boga, unas vagas frases que había leido en sus comuniones: «¡Ya es llegada la hora dichosa! ¡Ya se acerca el momento feliz! Pronto se cumplirán en las admirables palabras de Simoun: Vivo yo, mas no yo sino que el Capitan General vive en », etc. ¡El Capitan General, padrino de su hijo!

¡Dichosa ella! solía decir el marqués, interviniendo en el caso algunas veces, mientras se paseaba por el gabinete, con las manos en los bolsillos, las cejas y los labios contraídos, la cabeza humillada y los ojos chispeantes, derramando la mirada, que quería ser triste, por los dibujos de la alfombra . ¡Dichosa ella, que está en la edad de las grandes impresiones, y puede llorar para desahogo del corazón oprimido!

Y el señor Cuadros repetía con expresión pedantesca estos y otros lugares comunes que había oído en la Bolsa de boca de ciertos pillos de levita, que con la dichosa «lucha por la existencia» justifican rapiñas legales que merecen un grillete. Y para desesperación del pobre viejo, hacía la apología de la Bolsa. Sólo un rancio podía tronar contra ella.

«Querida amiga: »El alma hermana no es un mito, pues ha dado señales de vida. Adjuntas esas señales, con muchos besos de tu Abro la carta y descubro con encanto el milagroso hallazgo... El alma hermana está en mis manos, al menos por la expresión de sus pensamientos... ¡Qué dichosa soy!...

Una cadena le echa á la garganta De fino oro, muy rica y bien labrada: El Inca luego al punto se levanta, Sintiendo de esto pena muy sobrada. Loyola con sus dos victoria canta, Juzgando por dichosa tal entrada: Rio arriba se vuelve placentero, Triunfando del cautivo y prisionero.

Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar.