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Estaba aburrida de sus peleas y rivalidades; no le inspiraban interés. Faltaba algo en su vida, sin que ella se diese cuenta de lo que pudiera ser. Tal vez por eso había cometido tantas ligerezas y travesuras en el buque. Pero aquella misma noche había adivinado de pronto cuál era su deseo, qué es lo que le faltaba para sentirse dichosa.

Se me habló ya de un buen partido para colocarla. ¡Ah! ¡Si yo pudiese casarla más cerca de , y casar también a Alfonso! Quién sabe, Dios mío, si de esta suerte olvidaría esta dichosa carrera que le tiene preocupado y que acaso no conseguirá jamás. Mâcón, 18 de marzo de 1819.

Con estas célebres palabras del «Fausto» podría empezar un futuro historiador de la poderosa república el Génesis, aún no concluído, de su existencia nacional. Su genio podría definirse, como el universo de los dinamistas, la fuerza en movimiento. Tiene, ante todo y sobre todo, la capacidad, el entusiasmo, la vocación dichosa de la acción.

Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que, como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada.

Oye; si han dicho algo de en la mesa, puedes repetírmelo sin temor; no me enfadaría por ello, al contrario, me consideraría dichosa. No han abierto la boca para ocuparse de la señora. ¡Ah! ¡les anuncio que voy a matarme esta noche y ni siquiera me dedican un pequeño comentario! No se han ocupado de la señora; como si la señora no estuviese en el mundo.

Después de trazar de tan linda manera el cuadro de la Europa del porvenir, Pedro Lobo pintaba en su imaginación una América resplandeciente y dichosa, con artes y ciencias superiores a las europeas, originalísimas y casi sin antecedentes.

O mitad de mi alma! ó venturosa Amistad no en trabajos dividida, Ni en la ocasion mas prospera y dichosa! Goza, Leoncio, de la dulce vida, Quedate en la ciudad, que yo no quiero Ser de tus verdes años homicida: Yo solo tengo de ir, yo solo espero Volver con los despojos merecidos A mi inviolable fe y amor sincero.

Yo si te veo, te veo a todas horas, y no en retrato. Entorno los ojos, y luego apareces delante de mi, igualito, como eres.... Y te hablo, y me hablas, y eres conmigo muy cariñoso, muy tierno! Y me miras, y te miro.... Entonces soy dichosa, muy dichosa, y siento que soy la más feliz de las mujeres. Pero cuando me pongo triste y con ganas de llorar, entonces cierro los ojos y... ¡no te veo!

Entre soldados, gente desalmada, Por trisca se decia, que sabido De Drake, sea la nueva bien llegada: Quizá que mudaremos el vestido, Que nuestra profesion no está estimada, No andando el enemigo embravecido; Viniendo, pues, aqueste Luterano, Podrános suceder dichosa mano.

Así pasó toda la noche: y al amanecer, en un momento de lucidez, dijo: «¡Qué dichosa soy, Dios mío! ¡Oh! ¡Qué dichosa, qué dichosa!... No me había engañado, no, ahora lo comprendo, cuánta felicidad...» Y al terminar esta frase, entregó su alma a Dios. Tal fue su muerte, palabra por palabra.