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Luego, cuando se imaginaba haber organizado su existencia definitivamente las satisfacciones de la elegancia para el mundo y las dichas del amor en íntimo secreto , una catástrofe fulminante, la intervención del marido, cuya presencia parecía haber olvidado, trastornó su inconsciente felicidad.

Aquel viejo estúpido, por el privilegio de su riqueza, la había poseído el primero, había paladeado las mismas dichas que él pero con el encanto de la novedad. Bien podía morirse... ¡Que se muera!

Así perpetuamente se eslabonan los fracasos con las dichas, teniendo en continua duda nuestros afectos, para que busquen en su centro la verdadera y estable felicidad.

De manera que dichos Césares, segun esta nueva relacion, caen tierra adentro, en el centro de la serrania, distante de la costa de Magallanes lo que dichas ciudades, de la provincia de Cuyo, poco mas ó menos, segun ellas distan de la dicha costa.

Dos rayas paralelas y verticales era, segun el P. San Agustin, lo que servia para separar cada palabra; pero suponemos que mas bien las empleaban para separar frases enteras, como ocurre algunas veces, muy raras, en la escritura árabe-malaya. El nombre tagalog de dichas rayas paralelas, no lo podemos señalar; quizás mas adelante tropecemos con él.

Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo, y el que se moría otras tantas bendiciones llevaba de dichas.

A esto importa contestar lo que el marqués contestaba, pues no faltó nunca quien le hiciese dichas reflexiones. Yo no trato aquí de sostener que el marqués tenía razón: me limito a repetir lo que él decía.

Cuando yo desaparezca, prométeme que mirarás en el espejo, todos los días, al despertar y al acostarte. En él me verás y conocerás que estoy siempre velando por ti. Dichas estas palabras, le mostró el sitio donde estaba oculto el espejo. La niña prometió con lágrimas lo que su madre pedía, y ésta, tranquila y resignada, expiró a poco.

Usted no ve estos horrores. ¡Dichosa ceguera la de aquellos cuyos ojos cerró Dios al venir al mundo! Es verdad ... no lo ... dijo Paula con una ironía tan marcada, que fué preciso todo el extravío de Lázaro para no notarlo. No lo , no entiendo de eso. Soy una tonta devota. Estas últimas palabras, dichas con cierto despecho fueron bastantes á fijar la atención del interlocutor.

Un monumento con un gallo en su cúspide, arrogante y victorioso, guardaba los restos de los combatientes muertos por Francia. Don Marcos aún estaba conmovido por sus propias palabras, dichas en medio de un profundo silencio ante la puerta de esta tumba común que iba á tragarse para siempre el cadáver de Martínez.