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Debajo del brazo traía una muñeca hecha de harapos, al parecer de confección propia, y casi tan grande como ella; una muñeca de cabeza cilíndrica y facciones toscamente dibujadas. Un largo chal, que visiblemente pertenecía a una persona mayor, le caía de los hombros barriendo el entarimado. Esta inesperada visita no complacía a la señora de Galba.

Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra por D. Cárlos Clerice, artista compatriota que llegará á ser notable en su ramo, porque es jóven, tiene escuela, sentimiento artístico, y amor al trabajo.

Los amigos de la casa, hasta Marta y hasta las de Ferraz, cada cual según su género, hablaban con Gaetano del incidente de Emma con frases maliciosas, con sonrisas medio dibujadas; y Minghetti disimulaba mal la molestia que le causaba la conversación. «¡Qué discreto!», decían todos. «Así hacen siempre los Tenorios verdaderos, los afortunados de veras». Nadie había podido sorprender en Minghetti el menor gesto, siquiera, de jactancia.

Hállanse dibujadas y descritas estas armas en los tratados de arte é indumentaria militar aludidos; hay además ejemplares en la Armería Real, y para las espingardas se cuenta con otro dato de gran interés; la sillería del coro de la Catedral de Toledo, obra ejecutada en el reinado de doña Isabel. Allí se ven esculpidos espingarderos en función.

No por qué, esos valses fascinadores, de cumplidas y ondulantes frases, que parecen dibujadas en el éter por la batuta mágica del maestro, me produjeron una profunda melancolía, trayéndome al recuerdo unos versos en que Hugo contempla, a través de los cristales empañados por el frío de la noche, el cuerpo de su amada enlazado por el brazo de un rival feliz. ¡Pero qué variado espectáculo!

A un lado se dice que estas armas consisten según van dibujadas en un león y un lobo que sostienen una filacteria en que se lee: Nunc et semper; y al otro se explica que el apellido Sarrió lo llevó por primera vez un guerrero que le prestó su caballo a Fernando III en la toma de Baeza.

Quizá era porque el rótulo, extendido a lo largo de todo el edificio, con letras dibujadas en cada ventana, hacía resaltar de mala manera a aquellos que miraban por ellas, o quizá porque la palabra templanza siempre ha despertado en la idea de bizcochos flojos y chocolate de poca consistencia. A la verdad, la casa no convidaba.

Las altas paredes de ladrillo; las rejas enmohecidas y rematadas en cruces; los dos escudos de piedra obscura que ocupaban las enjutas de la puerta, cuyo marco apainelado y con vuelta de cordel parecía remontarse a fecha más antigua que el resto de la casa; las dos ventanas angreladas junto a un mirador moderno; el farol sostenido por pesada armadura de hierro dulce, en cuyo centro se retorcían algunas letras iniciales y una corona dibujadas con las vueltas del lingote; las guarniciones jalbegadas alrededor de los huecos; los pequeños vidrios, las celosías, y la diversidad y variedad de aberturas practicadas en el muro, según las exigencias del interior, le asemejaban a todas las antiguas mansiones de nuestros grandes, bastante desprendidos siempre para gastar en la fábrica de los conventos el gusto y el dinero que exigían las fachadas de sus palacios.

«Estos elementos son reconocimientos ejecutados, para las direcciones, con ayuda de la brújula, para las distancias recorridas, con el relox en la mano. Las formas del terreno, dibujadas sobre una grande escala, han sido hechas á pincel con un talento admirable.

La luz de la luna, en una habitación que nos es familiar, dando de lleno en la alfombra y dejando ver con toda claridad las figuras en ella dibujadas, y haciendo igualmente visibles todos los objetos, por pequeños que sean, aunque de un modo diferente que á la luz de la mañana ó del mediodía, es la situación más apropiada para que un novelista entre en conocimiento con sus huéspedes ilusorios.