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Apenas si, de tiempo en tiempo, les prestaba alguna atención. Una voz sonó de pronto en una risa argentina: ¿Cómo? ¿Platel está aquí y todavía no se le ha oído? ¡es inverosímil! Mabel reclama su trovador exclamó Diana. ¡Aquí está! gritó alegremente Platel, avanzando hacia el círculo formado por las jóvenes.

Perdóneme esta indiscreción; pero he visto desde el camino a la señorita Diana que desaparecía tras de los pinos, y no he podido resistir el deseo de verla a usted una vez más, de encontrarme a solas un instante con usted, para darle un adiós menos trivial... ¿El primero lo era entonces? En la forma, si no en el fondo... ¡Siento tanto marcharme! ¿Tanto? Mucho más de lo que pudiera expresar.

Diana Grey, así que se hubo ido, encendió un cigarrillo, y tendiéndose en un diván a la americana bebió su Oporto. Apercibiose entonces de que Maurescamp estaba disgustado, y para componer las cosas, le dijo, con ligero acento: Mi gordo «boy», es muy interesante el amante de vuestra mujer... tengo un capricho por él, ¿sabéis?

En la orilla misma se levantan aun las ruinas de un templo de las ninfas que se creía en otro tiempo haber sido consagrado á Diana, la diosa casta, á causa, sin duda, de la belleza de las noches, en las que se refleja sobre las aguas el disco de la luna rielante y tembloroso.

Espero que la señora de Chanzelles y su mamá de usted, querrán permitirme que me presente en sus casas a mi regreso a París. El pesar que llevo por mi partida, sería demasiado cruel si no me acompañase la esperanza de volver a verlas pronto. Diana se sonreía todavía de esta galante declaración, cuando la señora Aubry de Chanzelles apareció en la terraza con su hija.

Huberto, para verla caminar más tiempo así, silenciosa y preocupada, a dos pasos de él, habría querido que Diana fuese más habladora, y la alameda infinitamente más larga. Era un dilettante en materia de vivir. Se felicitaba de haber presentido «una perfección» en María Teresa, y una fuerza creciente lo atraía hacia ella.

Pero Diana escuchaba distraídamente la respuesta a su pregunta; en el mismo orden de ideas, acababa de hacer otro descubrimiento importante. ¡Hola! exclamó, señalando el dedo de su prima, ¿ya no llevas tu anillo? ¿Mi anillo? dijo María Teresa ruborizándose, lo habré olvidado en mi tocador.

Solamente que continuó Diana imperturbable, moralmente, no eres la mujer que le conviene; no eres bastante fastuosa ni aficionada al gran mundo. Seguramente, se creería que estás en él, pero, yo te conozco, que con frecuencia te sales de él porque no te diviertes. ¿Entonces? Entonces, creo que hay incompatibilidad de caracteres entre ustedes.

Del manuscrito del Inventario debió tomar este relato el editor de la Diana, redactándolo más retóricamente, sin que sepamos los motivos que haya tenido Antonio de Villegas para no reclamar la paternidad de la historia.

Verdad era que un gran número de sus amigas, tan lindas como ella, ciertamente, no se casaban por falta de dote suficiente. ¿Y si Diana decía lo cierto, si la razón que decidía a Huberto a preferirla a las otras se apoyaba en tal motivo?... Sintió en su corazón una emoción angustiosa.