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Oía reír a Huberto y a Diana. ¿De qué? Ella nada había comprendido. Ellos seguían la pieza, sin duda; trató de hacer como ellos, de dirigir su espíritu fugitivo a la obra, pero fue en vano: la imagen de Juan reaparecía. Lo veía alineando cifras a la luz triste de la habitación. No era como los otros, Juan no se parecía a ninguno de los que la rodeaban.

Pero no por esto sentía un odio menos reconcentrado y violento, y que no esperaba sino una ocasión para manifestarse. Desgraciadamente, la ocasión no tardó en presentarse. Como lo hemos dicho ya, hacía cerca de un año que el señor de Maurescamp estaba enamorado de Diana de Grey, joven amazona americana, que entonces llamaba mucho la atención en París.

No, querida mía se apresuró a decir María Teresa que no quería dar tiempo a Diana de contestar afirmativamente. A la noche nos veremos en el Casino; ¡hasta la vista! divertirse mucho. Y llevándose consigo rápidamente a Diana, dejó al joven en las garras de Alicia que quería absolutamente que la acompañase hasta su casa.

Capítulo LXVIII. De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote Era la noche algo escura, puesto que la luna estaba en el cielo, pero no en parte que pudiese ser vista: que tal vez la señora Diana se va a pasear a los antípodas, y deja los montes negros y los valles escuros.

Felizmente no los hemos esperado, que si no, perdíamos el primer acto, que es precioso. ¿Por qué tardaron tanto? Hasta el último minuto, mi hermana no sabía si vendría... ¡Todo es bien, si bien termina, Jaime! respondió alegremente Martholl, instalando a María Teresa entre su tía y Diana.

Un buen rato hacía que estaba allí cuando Diana entró silenciosamente en el salón. Se aproximó a un espejo para contemplar el efecto de su vestido de tela roja bordada, pasó una mano ligera sobre sus negros cabellos, y volviéndose hacia su prima, que no la había sentido: Y bien ¿qué haces en ese puesto de vigía? le dijo.

Tendrán el honor de volver a las diez y mediaNo tuvo que reflexionar mucho para adivinar de lo que se trataba. Aunque ignoraba las infames palabras de Diana después de su partida, no había escapádosele la irritación de Maurescamp durante el almuerzo, y diose cuenta inmediatamente de la verdad de la situación. Nada tenía que decir a esto.

Tranquilícese usted, Mabel se apresuró a contestar la burlona Diana; ha sido prevenido por orden mía. ¡Qué extraña idea tiene usted de nuestra manera de comprender los deberes para con los huéspedes, para suponer que María Teresa y yo no trataríamos de procurar a nuestras amigas el mayor placer posible!

Mira, falso, que no huyas de alguna serpiente fiera, sino de una corderilla que está muy lejos de oveja. has burlado, monstruo horrendo, la más hermosa doncella que Dïana vio en sus montes, que Venus miró en sus selvas. Cruel Vireno, fugitivo Eneas, Barrabás te acompañe; allá te avengas. llevas, ¡llevar impío!, en las garras de tus cerras las entrañas de una humilde, como enamorada, tierna.

Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo género: