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Sería menester buscarlas en las salas de algún hospital, no ocurriéndose á nadie que puedan encontrarse en otra parte. Pero ¿quién diablos daría su dinero por ver y oir á cómicas feas y groseras, cubiertas con malos trajes, y sin saber cantar, ni bailar, ni representar? ¿Serían éstas actrices ó espantajos?

Francamente, aquellos enternecimientos periódicos le parecían excesivos y molestos a la larga. «¿Qué diablos tenía su mujer?». Pero, hija, ¿qué te pasa? estás mala.... No, Víctor, no; déjame, déjame por Dios ser así. ¿No sabes que soy nerviosa? Necesito esto, necesito quererte mucho y acariciarte... y que me quieras también así.

-Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote-: no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año. ¿Cuántas han pasado hasta agora? -dijo Sancho. ¡Yo qué diablos ! -respondió don Quijote-. -He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios, que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.

Revueltos con ellos, iban los disfraces de siempre: mamarrachos con arrugadas chisteras y levitas adornadas con arabescos de naipes; bebés que asomaban la poblada barba bajo la careta y al compás del sonajero decían cínicas enormidades; diablos verdes silbando con furia y azotando con el rabo a los papanatas; gitanos con un burro moribundo y sarnoso tintado a fajas como una cebra; payasos ágiles, viejas haraposas con una repugnante escoba al hombro, y los tíos de «¡al higuígolpeando la caña y haciendo saltar el cebo ante el escuadrón goloso de muchachos con la boca abierta.

CHANFALLA. Eso en buen hora, y veisla aquí a de vuelve, y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude. SOBRINO. Por no quedará, por cierto. BENITO. Eso , sobrino, cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello! FURRIER. ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta y qué baile y qué Tontonelo?

Si fuesen verdad continuó Madariaga implacablemente todas esas macanas de títulos, sables y uniformes, ¿por qué has venido aquí? ¿Qué diablos has hecho en tu tierra para tener que marcharte?

Estos negros formaban grupos vociferantes en torno de un fardo ó una pieza que cuatro hombres hubiesen movido en tiempo ordinario, y el paso de una mujer ó de un vehículo les hacía descuidar el trabajo, volviendo sus caras de diablos con una curiosidad infantil.

Hay agora una grave compañía de unos tahures de mayor esfera con su mucho de fina hipocresía. Juegan galanamente á la primera, embidando de falso á los señores con mas flores que da la primavera. Son diablos encarnados y traidores, devotos de la madre Vericinta, no siendo, no, romanos senadores.

Claro está, que si había diablos de esta clase y si Tiburcio contaba entre ellos, al cabo llegaría un momento en que Tiburcio cumpliría su condena y se encontraría indultado y horro de la esclavitud de la culpa. No poco de tan extraña opinión podía apoyarse, según Miguel de Zuheros había oído al Padre Ambrosio, en varias sentencias de Orígenes y de San Gregorio de Nisa.

El cuidado que ha tenido de cambiar de nombre, de disfrazar la voz, de no hablar en francés, de volver á dar á su pelo el color natural ó de ponerse una peluca y, en fin, el espanto que experimentó á mi vista y que la puso en fuga... ¡Era ella! ¿Y quién diablos era entonces la pobre mujer que se encontró muerta y que está enterrada en su lugar? Algún día se lo diré á usted. Ahora no lo . ¡Ah!