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10 En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo; cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su Hermano, no es de Dios. 11 Porque, esta es la anunciación que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. 12 No como Caín, que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su Hermano eran justas.

Con significativa sonrisa mostróle la dama al buey Apis el bouquet que tenía delante, y este, sonriendo también, dijo entre dientes, sin que ella protestase: El diablo son las mujeres...

Pero lo gracioso fué que, estando ella en la puerta, aburrida del debate estéril de la madre con el dependiente, vió pasar a la tía Silda con un mantón color de diablo afligido, hecha una pordiosera; si estaba tan mal, ¿por qué no se ponía a servir?

Puede ser, tío, respondí tranquilamente, mi cura también me decía muchas veces que le haría morir de pesar. Hablando francamente ¿crees que tenga ganas de que me lleve el diablo por causa de una chicuela mal educada, como ? Os diré primero, que no creo que nunca os llevará el diablo, y segundo, que me desolaría si os perdiera, pues os quiero con todo mi corazón.

Su existencia no es alegre, siempre sola con Polidora... y el diablo sabe qué es lo que Polidora podrá decirle en aquel cuarto lóbrego de un entresuelo, cuya ventana da a un patio, rodeado por todas partes de casas de cinco pisos.

¡Demontre! exclamó el marqués, ¡qué importancia concedéis a las mujeres! ¡Ni que ellas lo fuesen todo! Hay en el mundo otras cosas agradables. ¡Se dedica uno a mirar por su salud, qué diablo!

Cuando echamos a andar, habiendo dejado el coche que nos había llevado de Lucca al extraño puente medioeval llamado Puente del Diablo, la pintoresca, serena y solitaria belleza campestre del paisaje nos impresionó.

Véngase aquí, don Rufo, véngase aquí gritaba uno que estaba más adelante. ¿Eres , Cipriano? Y empujando y tropezando, llegaba el recién venido a colocarse. Alguno más práctico encendía una cerilla, pero al instante salían voces de la cazuela: ¡Eh! ¡eh! ¡Cuidado con las narices, don Juan! Cuando va por las noches a casa de la Peonza, el diablo que cerilla enciende.

¿Cómo, señor, qué es lo que hacemos en este momento? ¿Es esto un contrato ó un testamento? ¿Olvida usted que la señora de Laroque vive, que su padre vive, que se casa, señor, pero que no hereda? ¡Un poco de paciencia; qué diablo! A estas palabras la señorita Margarita se levantó. Basta ya dijo; señor Laubepin, arroje usted al fuego ese contrato.

, lo comprendo; pero como ha mediado tu intervención, no sea el diablo que él crea que la has sonsacado... ¡Y que lo crea, suponte!... Si fuera una chiquilina, vaya y pase... pero ¡una mujer de casi cuarenta años! ¿Y no tiene familia?