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Antes mendigar por los caminos, antes devorarse los dedos que mercar, por unas viles monedas, aquellas imágenes, que él siempre conservaría, para que auspiciaran su porvenir y le recordasen, en cada ocasión, de cerca o de lejos, ejemplos de piedad y de honra.

Sin embargo, nunca intenté vengarme de ellos, porque muy bien que son malvados porque así los ha creado la Naturaleza o el Destino; hacen daño como lo hacen las fieras, por el egoísmo que ruge dentro de todo ser animado. El mundo está organizado para devorarse los seres, unos a otros.

De vez en cuando se miraban unos a otros con miradas centelleantes, como dispuestos a devorarse; pero luego caían de nuevo en el abatimiento y la languidez.

Sólo en los raros momentos de amor acallaban su hambre y su crueldad estos ásperos guerreros, despobladores del mar. Las parejas se abstenían de devorarse. Se encontraban apetecibles, pero sus triples dientes y sus aletas de sierra se limitaban á una ruda caricia. La hembra se dejaba dominar por el compañero que enganchaba en ella sus instrumentos de presa.

Entonces se oyó otra vez, aunque muy lejano, el mismo ruido de voces, que hizo salir del club á toda la concurrencia. "Creo que piensan allanar la casa de Toreno. Bien: me alegro dijo el viejo con siniestra satisfacción. Veo que empiezan á devorarse unos á otros. No podía suceder otra cosa. ¡Oh!

Acaso esto viene de más adentro: acaso la formalidad cómica de los franceses para el ridículo, es una simple derivacion de otro carácter más universal, porque está más en el interior de su genio: su genio, que todo lo devora; que todo lo devora, conservándose intacto: que todo lo devora, sin devorarse jamás á mismo: su genio, decia, le lleva hoy á consumar un hecho cualquiera; pero á las veinticuatro horas este hecho está devorado y corre tras otro. ¿Cuál es este otro?

Y otra vez fija su mirada en aquel delicioso océano en miniatura, y entonces penetra mejor la Naturaleza, madre fecunda, pero tan severa, que parece encontrar un áspero gozo en devorarse á misma. Nuestra heroína permaneció sumida en éxtasis, oprimido el corazón por aquella idea.

Usted es, señor cura, la benevolencia en persona. En cuanto a mi, si fuera gobierno, soltaría a los locos y en su lugar encerraría a los filósofos, teniendo cuidado de no aislar los unos de los otros, para que así pudieran devorarse mejor. ¿Quién es Heráclito? preguntó mi tía. Un imbécil, señora, que pasaba su tiempo en lloriquear. ¿Puede darse ¡Dios mío! una cosa más ridícula?