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Y el rey iba detrás del féretro. 32 Y sepultaron a Abner en Hebrón; y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de Abner; y lloró también todo el pueblo. 33 Y endechando el rey al mismo Abner, decía: ¡Murió Abner como muere un loco! Caíste como los que caen delante de malos hombres. Y todo el pueblo volvió a llorar sobre él.

Sigue una escena admirable, en que la Muerte, de la mano del Pensamiento, se desliza como una sombra detrás del Rey para amonestarle, y le dice estas horribles palabras: ¡Polvo eres Y polvo otra vez serás! El Pensamiento salta mientras tanto alrededor de Baltasar, é intenta distraerlo con sus burlas; pero hasta en sus chistes hay algo de esa voz temerosa, que lo aconseja.

No tengo derecho para ser severo... Pero si hubieras dejado detrás de ti algún remordimiento... Llegaban a un claro rodeado de hayas gigantes que el sol acribillaba con sus flechas de oro... «Acuérdate» decía el astro ardiente con sus lenguas de fuego. «Acuérdate» repetía el murmullo de los árboles, majestuosos testigos del pasado.

Y la comparó al corte de una uña. Volviéndose a su embelesado padrino, que osó hablar de distancias y magnitudes siderales, le dijo con mucha displicencia: «¿Y qué tengo yo que ver con Júpiter?... ¿Qué me va a dar a Júpiter?». Bajaron a la calle de Segovia, ella delante, detrás él. «A ti te pasa algo... ¿Qué tienes? le dijo el maestro de Teneduría. ¡Qué le importa a usted!

Debía precaverse contra una asechanza del antiguo presidiario, y se puso de pie, procurando disimular su cuerpo detrás del tronco de un árbol, no dejando visible más que un ojo. Alguien se movió en el interior de la casucha; algo negro asomó indeciso en su puerta.

Al cabo de algún tiempo de dar vueltas y más vueltas sin saber por dónde andaba, con el cerebro encendido y el cuerpo convulso, al atravesar por uno de los parajes más recónditos del parque oyó detrás de un seto la voz y la risa de persona conocida. Asomó la cabeza por encima del follaje y pudo ver a sus amigos Cirilo y Visita sentados en un banco.

La tomó el paje, y, ya con ella, alumbró a Mutileder, y mostrándole el camino, le dijo que le siguiera. Subieron ambos por una estrecha y larga escalera de caracol: llegaron luego a otra puertecilla; la abrió el paje; levantó un tapiz que había detrás, y él y Mutileder penetraron en una sala espaciosa y bien iluminada.

El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos azotaban el rostro. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, con lámparas y bujías. Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.

Mi deber me ordena el atreverme a todo para conseguir el bien; lo seguire, pero sera con prudencia. Senor, vos me habeis ordenado el venir a encontraros al ponerse el sol; vedle que va a eclipsarse detras de la montana. iBien! quiero contemplarle.

Lanza una risotada estridente, toma los objetos y los lanza lejos, a las aguas espumosas. ¿Adónde ir entonces? El molino ha cerrado su puerta detrás de él, para siempre. ¿Adónde ir? ¿Se tenderá, para descansar, sobre un montón de heno? ¡No podrá dormir!... ¡He ahí un grupo de muchachos alegres! Poco antes los ha desdeñado, pero entonces llegan en buen momento.