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Al cabo, los tricornios charolados de los guardias brillaron allá en la puerta del lagar y avanzaron por entre los árboles. Andrés no pudo impedir que su corazón latiese más de prisa. Detrás de los guardias venía Tomás, que se fue quedando rezagado. El joven se adelantó y preguntó a un guardia: Vienen ustedes a prenderme, ¿verdad? ¿Es usted el Sr. D. Andrés Heredia? Servidor.

Pero hasta mucho tiempo después de su llegada los enfermos balbuceaban cosas fantásticas detrás de la puerta de su cuarto y la clínica parecía un gallinero donde hubiera entrado, durante la noche, una zorra. Pero esto ocurría raras veces y no se advertía fuera, porque el camino, por la noche, estaba completamente desierto.

No habrían transcurrido cinco minutos cuando Barbacana, que por detrás de los visillos registraba el teatro del combate, sonrió silenciosamente, o más bien regañó los labios, descubriendo la amarilla dentadura, y apretó con nerviosa violencia la barandilla de la ventana.

Detrás de los sacerdotes, arrodillados, rezando también, había una multitud de hombres y de mujeres vestidos de luto. Aquellas mujeres y aquellos hombres eran los cómicos de los coliseos de Madrid. Al fondo de la sala, junto á la puerta de entrada, silenciosos y graves, había algunos hidalgos.

En las apacibles alamedas del huerto suenan gorgeos y risas; sobre el césped pasan como una tromba dos figuras humanas que se persiguen; se bromea, se suelta a los perros para que hagan ruido; se caza a los gatos de la vecindad que se dan las citas amorosas en el molino; se juega al escondite detrás de los montones de heno y de los setos.

13 Y midió la Casa, cien codos de largo; y el apartamiento, y el edificio, y sus paredes, de longitud de cien codos; 14 y la anchura de la delantera de la Casa, y del apartamiento al mediodía, de cien codos. 15 Y midió la longitud del edificio que estaba delante del apartamiento que había detrás de él, y las cámaras de una parte y otra, cien codos; y el Templo de dentro, y los portales del atrio.

Al principio no vió nada; pero lentamente, empujado por la curiosidad de los que estaban detrás de él, fué abriéndose paso entre los cuerpos sudorosos y apretados, hasta verse en primera fila. Algunos espectadores estaban sentados en el suelo, con la mandíbula apoyada en ambas manos, la nariz sobre el borde de la mesilla y la vista fija en los jugadores, para no perder detalle del famoso suceso.

Iba aproximándose el Goethe a la ciudad. Apareció ésta detrás de dos islas coronadas de palmeras, avanzando sus primeras casas entre pequeñas colinas en forma de panes de azúcar. Las construcciones destacaban sus fachadas de un rojo veneciano o amarillas sobre la masa obscura de los jardines. Navegaba el trasatlántico en aguas pobladas de reflejos.

Esta tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navíos de línea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron sobre los hombros del gigante, uniéndolas por detrás con varias espadas que hacían oficio de alfileres. De este modo las ropas del Hombre-Montaña quedaban á cubierto de toda mancha durante la laboriosa operación.

La madre, que espiaba detrás de una puerta, tenía que hacer esfuerzos para no entrar y comerse á besos á Ulises. ¡Con qué gracia imitaba los gestos y genuflexiones del sacerdote principal!... Hasta aquí todo iba perfectamente. Cantaban á pleno pulmón los tres oficiantes junto á la pirámide de luces, y el coro de fieles respondía desde el fondo de la pieza con temblores de impaciencia.