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Consiguieron detenerlos en el campo de la Verdad, y luego por mediacion de personas piadosas y prudentes se logró que volviesen á Córdoba y que el corregidor cesase en su tema. Habiendo querido visitar el obispo el hospital de S. Sebastian y el santuario de la Fuensanta, se opuso el cabildo como patrono y fundador.

Ya empezaba á sentirse la consternacion que causaban los indios, que habian entrado en la villa en el espacio de 6 horas, cuyo número pasaba de 4,000, convocados por D. Jacinto Rodriguez y sus parciales: uno de ellos dijo al tiempo de entrar los de Pária, que venian de paz, pues el dia antes habian salido 25 sugetos para detenerlos y estorbar su venida, porque no eran ya necesarios, cuando se habia conseguido el triunfo deseado.

Tanta es su barbaridad. Quedaron los Padres sin fuerzas antes de poderles dar alcance; y volviéndose á su pueblo á cuidar de los que habían quedado enfermos, despacharon tras los fugitivos á dos indios que llevaban consigo para detenerlos, porque de los dieciocho adultos se les murieron los catorce, á quienes asistieron con grande caridad, sin recelo del contagio, y todos los demás enfermaron.

El señor Le Bris era, desde hacía tres años, el médico de la señorita de La Tour de Embleuse. Había seguido los progresos de la enfermedad sin poder hacer nada para detenerlos. Y no es que Germana fuese una de esas niñas condenadas desde su nacimiento, que llevan en el germen de una muerte hereditaria. Su constitución era robusta y su pecho ancho; además, su madre nunca había tosido.

Abandonando toda precaución, avanzaron como un torrente impetuoso, dando gritos horribles y arrojando sus azagayas, sus hachas y sus bomerang. No era ya posible detenerlos: para ello hubiera sido preciso un cañón cargado de metralla. Cornelio y Hans descargaron una vez más sus fusiles, y después huyeron, confiando su salvación a sus piernas.

Cuanto más, que estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados a Su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje. -Váyase vuesa merced, señor hidalgo -respondió don Quijote-, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio.

Las caras de los otros servidores que halló al paso estaban de la misma suerte, graves y taciturnas, lo cual aumentó extraordinariamente su agitación. María le seguía. Cuando llegaron a la habitación de doña Gertrudis observaron que dentro había algunas personas, las cuales, al verlos, vinieron hacia ellos en ademán de detenerlos.

Por la parte en que estaba la trinchera de Santa Rosa, que mandaba D. Juan de Cáceres, repitieron segunda vez el ataque, sin haber sido bastante á su escarmiento el vivo fuego que se les hizo, y la muerte de muchos que esperimentaron en el primero: antes bien, mas obstinados y feroces se acercaron á ella, y lograron forzarla, rechazando á los que la defendian, haciéndolos retirar apresuradamente, sin que las animosas razones, ni el ejemplo del oficial que los mandaba, fuesen bastantes para detenerlos, y recordarles su obligacion.

Con esto dió la vuelta con sus compañeros y hubiera querido el neófito detenerlos para ver más de cerca las cosas tan grandes que había oído decir de Dios y de su gloria, y ver aquel inefable prodigio de cómo las almas son bienaventuradas, no menos porque se ven en Dios que porque ven á Dios en mismo; pero aquel príncipe le hizo entender que ninguno que está feo con la culpa podía mirarse como en un espejo en Dios, ni hacer de mismo espejo en que se mire Dios; antes que saliese de allí y volviese acá para borrar con la penitencia y confesión aquellas culpas.