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Únicamente él pudo detenerlo, arrebatándole el arma. ¡Ese pedigrée sinvergüenza! vociferaba el viejo con la boca lívida, agitándose entre los brazos de su yerno . Todos los muertos de hambre creen que no hay mas que llegar á esta casa para llevarse mis hijas y mis pesos... ¡Suéltame te digo! ¡Suéltame para que lo mate! Y con el deseo de verse libre, daba sus excusas á Desnoyers.

Era necesario que el hocico del animal tocase en un punto determinado; si tocaba, inmediatamente caía sobre su cabeza una barra metálica y otra idéntica le sujetaba por debajo de la quijada inferior. La fuerza del resorte no era suficiente para matar al ladrón de corral, pero para detenerlo, merced a ciertos ganchos incruentos sabiamente preparados.

Gracias a esto pude alcanzar pronto al que conducía a mi novia, y aun lo hubiera pasado si me lo propusiera. Pero no me convenía. Mientras caminaba, mi cerebro reflexionaba acerca de aquel lance y combinaba el plan de ataque único a la sazón factible. Pensé en coger las riendas al caballo y detenerlo.

Lanzando una exclamación de sorpresa y despecho hizo volver grupas á su caballo, derribó éste á los dos arqueros que intentaban detenerlo é iba ya á lanzarse al galope hacia el valle, cuando caballo y caballero se vieron detenidos bruscamente por las férreas manazas de Tristán. Un momento después yacía el jinete derribado en el suelo. Rescate tenemos, dijo Tristán.

Pues un día que iba por la Plaza de Provincia, vio el burro de un aguador, suelto: el dueño estaba en la taberna próxima. Entráronle ganas a Manolito de montarse en el pollino, y como lo pensó lo hizo. Pero el condenado animal, en cuanto sintió el jinete salió escapado, y aunque el chico hacía esfuerzos por detenerlo, no podía... Total, que llegó hasta la calle de Segovia, muy cerca del puente.

Desde que abandona la sabana, corre por un violento plano inclinado, estrellándose contra las rocas y guijarros que le salen al paso como para detenerlo y advertirle que a cierta distancia está el temido despeñadero.

No podía tener la esperanza de curarle, porque le conozco: cuando una idea lo inflama, nada es capaz de detenerlo; ya no razona ni ve. Sin embargo, esperaba que la crisis se resolviera de algún modo. Un día, de improviso, vi que había un nuevo peligro: Zakunine había visto al ginebrino, y al hablarme de él, le temblaban las manos, sus ojos despedían llamaradas.

El Libertador, en una de sus visitas al Salto, encontrándose con numerosa comitiva, precisamente frente a frente del punto en que nos hallábamos, del lado opuesto del torrente, oyó que uno de los circunstantes decía: «¿Dónde iría, general, si vinieran los españoles?» ¡Aquí! dijo Bolívar, y antes de que pudieran detenerlo, ni aun lanzar un grito, dio un salto y quedó de pie, a pico sobre el abismo, sobre una piedra de dos metros cuadrados, por cuyo costado pasaba, vertiginoso y fascinante, el enorme caudal de agua que, medio segundo después, cae al vacío.

Sólo cuando vio a éste frenético llevarse el cañón de un revólver a la sien para arrancarse la vida se arrojó a detenerlo prometiendo hacer cuanto le mandase. Y he aquí cómo quedó concertado en principio aquel matrimonio horrendo. Al tener noticia los nobles hijos de Lancia de tal concierto, el mismo sentimiento de vergüenza se apoderó de todos ellos.

No irá... Yo me encargo de detenerlo. Pero, ¿y si fuera verdad, María? tornó a decir Elvira, aferrándose a su idea . ¿Y si su arrepentimiento es cierto y se encuentra el pobre con que le cierro la puerta?... Entonces sabré yo conocerlo y te lo llevaré a Lourdes yo misma... Iremos los tres a buscarte: él, yo y tu hijo.