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En fin, quien primero habló fue una de las dos zagalas, que dijo a don Quijote: -Detened, señor caballero, el paso, y no rompáis las redes, que no para daño vuestro, sino para nuestro pasatiempo, ahí están tendidas; y, porque que nos habéis de preguntar para qué se han puesto y quién somos, os lo quiero decir en breves palabras.

Dejadme a hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el deber de devolvernos la libertad, que, según todas las leyes divinas y humanas, han cometido una cochinería. NUMEROSAS VOCES FEMENINAS. ¡Ve, Cleopatra, ve! ¡Detened a Verónica! CLEOPATRA. ¡Eh, el de la rodilla blanca! Venid, tengo que hablaros. ESCIPIÓN. ¿Queréis que deje mi acero?

Pues bien; detendré á ese hombre... detened vos, evitad, avisadme de lo que pueda hacerme daño. ¿Cuándo prendéis á Quevedo? Al momento. Pues desde el momento empiezo yo á serviros. Adiós, señor. Id, id en paz, doña Catalina, y que Dios os perdone. La condesa salió. La escena que acaba de tener lugar entre el padre y la hija no podía ser más repugnante.

¡Ah! exclamó la dama y estrechó el brazo del joven. Decidme: detened á ese hombre, y no da un paso más. ¿Y mataríais por á quien no conocéis? ¿á un hombre que ningún mal os ha hecho? . ¿Y si no fuera yo quien creéis? ¿Quién otra pudiera ser? La dama de palacio. Es que yo no he visto en palacio ninguna dama. ¿La habéis prometido callar? Os juro que á ninguna dama he visto.