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Al mismo tiempo lanzaba miradas despreciativas y provocadoras a Maurescamp, que se hallaba frente a ella en la mesa, y que estaba visiblemente contrariado. Las mujeres de la especie de Diana Grey, toman represalias salvajes de los hombres que las compran. El almuerzo fue un poco frío. La dueña de casa parecía la única que se divertía francamente.

Pero cuando los pobres caballos pasaron por el camino, ellas abrieron los ojos despreciativas: Son los caballos. Querían pasar el alambrado. Y tienen soga. ¡Barigüí pasó! A los caballos un solo hilo los contiene. Son flacos. Esto pareció herir en lo vivo al alazán, que volvió la cabeza: Nosotros no estamos flacos. Ustedes, están.

Lo hubiera deseado, para darse el gozo de arrojarla con algunas frases despreciativas que le llegasen hasta el fondo del alma. Hubo un instante en que pensó que este deseo se realizaba. Sintió pasos en la escalera: toda su sangre fluyó al corazón; se apresuró a dejar el pasamanos y a meterse de nuevo en el cuarto. Era Dolores que subía a pedirle una llave.

Naturalmente, la digna señora sintiose herida por esta pregunta grosera y así lo hizo entender inmediatamente dirigiendo a Freire las miradas más furiosas y despreciativas de su repertorio. En cuanto a Barragán parecía no comprender nada de todo aquello. Desde entonces la alegría de Freire fue en aumento cada vez que se sentaba a la mesa con Barragán.

A Miguel se le figuró que su tío le estaba insultando, por lo que, aprovechando una de sus vueltas, le hizo algunas muecas despreciativas, y, no satisfecho con esto, a otra vuelta una seña harto más grosera que le había enseñado el lacayo, y que a poder verla hubiera dejado absorto al respetable caballero.

Y entre risas despreciativas y observaciones irónicas, comenzó a leer en su elegante carterita, donde estaban apuntados los nombres de los nuevos ministros ... ¡Pero qué nombres, Virgen Santísima! ¡Si aquello era cosa de morirse de risa!... Figueras, Castelar, Pi y Margall, los dos Salmerones, Nicolás y Paquito... Córdoba.

Sólo Paco Gómez se aventuró una vez a hacerlo por broma o fanfarronada; pero al llegar al salón se le recibió con sorpresa y frialdad tan despreciativas, que no le quedaron ganas de repetirlo. El hombre del canastillo se apresuró a entrar y cerrar la puerta; atravesó el pórtico y subió por la gran escalera de piedra, en cuyos peldaños gastados por el uso se rezumaba constantemente alguna humedad.

El aya lo examinaba todo con miradas despreciativas; Paz estuvo a punto de volver pies atrás; mas dominando de pronto la repulsión que sentía hacia la otra, preguntó, apartando del chiquitín las miradas: ¿Hace Vd. el favor de decirme cuál es el cuarto del Sr. Resmilla? En mi casa, prencipal núm. 2,... pero no se le pué ver. Lo siento; deseaba hablarle... y tal vez no me sea fácil volver.

A ratos surgía, repentino y en gradación descendente, el trino glutinante de alguna perdiz que huía a refugiarse en su mimetismo; los teros saludaban a la distancia, lanzando su estridente grito y mientras los tordos, los cardenales y los chingolos se paseaban por el lomo de las vacas, las lechuzas parecían encogerse de hombros indiferentes o despreciativas, al levantar el vuelo de poste a poste, a medida que el break avanzaba en su camino.