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Cantaba con la alegría de un pájaro que saluda al día y al amor cuando la despertaba Sigfrido, el gran niño sin miedo y sin prudencia, y al despojarla de su armadura le arrebataba la virginidad. ¡Adiós, grandeza fría de los dioses! Ella quería ser mujer, con todos los dolores y las pobres alegrías de los humanos.

No era de temer ya la sorpresa de un nuevo varón que de la noche a la mañana volviera a despojarla de sus recobradas preeminencias; pero es indudable que las hubiera dado mayor importancia, y por muy distinto motivo que entonces, si el suceso que se las restituía hubiera ocurrido en aquellos tiempos en que las inexplicables injusticias de su madre la tenían relegada a los últimos rincones de la casa.

Sería extraño que sufriese en silencio el presuntuoso descaro con que los diputados y senadores yankees se constituyen en tribunal del humano linaje, en hierofantes de la filantropía y la cultura, reprobando y anatematizando la conducta de una nación soberana en su gobierno interior, sometiéndola á su fallo y tratando de imponerle castigos infamantes, de desmembrarla á su antojo y de despojarla de parte de sus bienes.

Había llegado á sus oídos el rumor de que algunos de los principales habitantes de la población trataban de despojarla de su niña, deseosos de que imperaran más rígidos principios en materias de religión y de gobierno.

Y del deseo y la esperanza del bien en este mundo surgió el instrumento del bien en este mundo; el espíritu de progreso que viene embelleciendo y alargando la existencia, sin despojarla de esa emancipación suprema que es la muerte, y sin descorrer la cortina que oculta el más allá en el insondable enigma que hace el encanto de la vida, según la expresión de Holyoake, y que desaparecería desde el momento en que la jugásemos a cartas vistas, como en efecto desaparece por completo para los completamente convencidos de la existencia real de la dicha y la desdicha eternas, que vegetan en la ermita o en el claustro esa infecunda y monótona vida de atesoradores de dicha póstuma por abstinencia de dichas presentes, sin hogar, sin familia, sin amor, sin afecciones, y a medias para los convencidos a medias, que en la sociedad viven un poco para este mundo y el resto para el otro.

Ella demostraría que la familia de su marido había abusado de la flojedad mental de éste en los últimos meses, para despojarla con documentos falsos. Fernando acogió el contratiempo con frialdad. En el fondo de su ánimo le había repugnado siempre que el dinero del viejo entrase en su casa al unirse él legalmente con María Teresa. No te apures; tal vez sea mejor así. Cuenta sólo conmigo.

Imposible apartar de ella y raer la ponzoña de sus úlceras, a no despojarla de una de sus principales potencias, a no privarla para siempre de la memoria. Tal era el estado de mi alma cuando, después de tanto tiempo, volví a verte en casa de las de Pinto. Te lo digo sin lisonja: me pareciste muy bien.