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Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo: ¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino?

El otro sentimiento procedía del fondo de rectitud que lastraba aquella noble alma y le inspiraba una protesta contra el ultraje y despiadado abandono de la desconocida. Por más que el Delfín lo atenuase, había ultrajado a la humanidad. Jacinta no podía ocultárselo a misma. Los triunfos de su amor propio no le impedían ver que debajo del trofeo de su victoria había una víctima aplastada.

La explotación del hombre por el hombre tomaba carácter despiadado y feroz, según suele acontecer cuando se ejerce de pobre a pobre, y Chinto se veía estrujado, prensado, zarandeado y pisoteado al mismo tiempo. Le habían calificado y definido ya: era un mulo.

La cabeza del Príncipe, amoratada y descompuesta, se hallaba presa entre dos barrotes, y los ojos, saltándosele de las órbitas, parecían mirar con terror el tablero, en el cual Ghiberti había cincelado magistralmente la degollación de Hugo de Portinaris por el despiadado Orlando Testaferrata.

Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación de mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: -Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.

Tocante á ti, ó Lofraso, los renombres, Y epitetos de agudo y de sincero, Y gusto que mi comitre te nombres. Esto dixo Mercurio al caballero, El qual en la crugia en pie se puso Con un rebenque despiadado y fiero. Creo que de sus versos le compuso, Y no como fue, que en un momento, O ya el cielo, ó Lofraso lo dispuso,

A menudo había pensado que era demasiado buena, demasiado dulce y demasiado bella, para ser lanzada en medio de los zarzales del mundo, verse expuesta a caer y herirse con las espinas de la vida. El mundo es tan cruel y despiadado y está tan lleno de trampas para la juventud incauta de la alta sociedad, como para la de las clases bajas.

Únicamente por un esfuerzo de voluntad y altivez pudo el marqués seguir hasta el fin la narrada conversación que fue para él interminable suplicio, y tanto, que más de una vez tuvo que hacer un llamamiento a su razón para no acusar a Fabrice de verdugo, despiadado e irónico... En vano le había afirmado el artista con palmaria sinceridad que Beatriz ignoraba su pasión; ¿qué sabía el pintor?

Ni sueñes que la gloria te sonría; que la revolución es el castigo que Dios a un pueblo delincuente envía. La fiebre de odios que tu pecho agita ya es más que fiebre vértigo iracundo, cráter que horrores sin cesar vomita. ¿Porqué, porqué, escandalizando al mundo, se ensaña hasta en el mismo sacerdote tu rencor despiadado y furibundo?

Reynaba un profundo silencio; teñido estaba el semblante de los apuntes de una macilenta amarillez, y se leía la zozobra en el del banquero; y la señora de la casa, sentada junto al despiadado banquero, con ojos de lince anotaba todos los parolis, y todos los sietelevares con que doblaba cada jugador sus naypes, haciéndoselos desdoblar con un cuidado muy escrupuloso, pero con cortesía y sin enfadarse, por temor de perder sus parroquianos.