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Al día siguiente recibió Isidora una carta de Joaquín incluyéndole algunos billetes de Banco, y pidiéndole perdones mil por el caso del día anterior. Decíale que si alguna palabra áspera y malsonante salió de sus labios al despedirla, la tuviese por dicha en son de broma o por no dicha. Finalmente, le pedía permiso para verla de nuevo en casa de Relimpio.

No queriendo don Juan que su amada viajase en compañía de los demás cómicos ni en coche de segunda, como correspondía a su categoría artística, le proporcionó para y la doncella un reservado y fue a despedirla a la estación, donde cubrió el asiento que debía ocupar con un precioso ramillete de flores y una cestilla llena de exquisitas provisiones de boca.

Aún tuvo la pobre Nina que bregar un poquito con el marroquí, empeñado en que le llevara sigo; pero al fin pudo convencerle, encareciéndole el peligro de que la herida de la cabeza le trajera algún trastorno grave si no se estaba quietecito. «Amri, golver ti mañana decía el infeliz al despedirla . Si dejar solo, murierme yo migo». Prometió la anciana solemnemente volver a su compañía, y se fue melancólica, revolviendo en su magín las tristezas de aquel día, a las cuales se unían presagios negros, barruntos de mayores afanes, porque se había quedado sin un cuarto, por dejarse llevar del ímpetu caritativo de su corazón dando tanta limosna.

Entre interesado e impaciente escuché todos los pormenores: cómo D.ª Tula la había ido a buscar en coche; la grosería que con ella usaron en el convento, no saliendo a despedirla nadie más que el capellán; lo bien que le sentaba a la señorita el traje de sociedad; la alegría de todos al verla tan «salaíta y tan reguapísima» y todas las palabras insignificantes que con ella cambió en la conversación que habían mantenido.

Mi madre nada sospecha todavía: he aquí sus proyectos trastornados una vez más, por lo cual Olga tendrá mucho que sufrir. Hasta temo que concluya por despedirla de la casa. ¡Con tal de que yo la tenga bajo mi techo antes! »Son las tres de la mañana: basta por hoy. »Tu muy agradecido y muy feliz, Roberto Hellinger

Quizá se habría prestado a perdonar a Marisalada en esta ocasión, si no se hubiera presentado muy en breve otra, que la obligó por fin a tomar la resolución de despedirla de una vez. Fue el caso que el hijo del barbero, Ramón Pérez, gran tocador de guitarra, venía todas las noches a tocar y cantar coplas amorosas bajo las ventanas severamente cerradas de la beata.

Le parecía una debilidad indigna de un marido «de mundo» regalarle ligas a su señora. Pidió consejo a Mesía respecto de su conducta futura con Petra. ¿Debo despedirla? ¿Tiene usted celos? No señor; yo no soy el perro del hortelano... aunque he de confesar que algo me disgustó en el primer momento el descubrir aquella prueba de su liviandad. Pero ¿está usted seguro de que la liga es de Petra?

Cuando se asomó al corredor vió delante de la casa á todas sus compañeras, quince ó veinte zagalas de Canzana que habían resuelto bajar á despedirla. Un torrente de lágrimas se escapó de sus ojos.

Esta tibieza subió de punto cuando llegaron a oídos del severo y virtuoso anciano los rumores ya públicos de la protección que el duque daba a una cantatriz de teatro. Cuando María entró en la sala, la duquesa se levantó, con intención de darle gracias y despedirla por aquel día, en vista del respeto debido a las personas presentes.

Como quiera que fuese, la Infanta doña Beatriz, acompañada de los embajadores, de su esposo y de gran comitiva de damas y de señores ilustres de la primera nobleza de Portugal, partió al fin de Lisboa para Villafranca de Niza. El Rey, su padre, y la señora Reina fueron embarcados hasta el convento de Belén para despedirla.