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Indignáronle mas que todo las gacetillas de calumnias, y los archivos de mal gusto dictados por la envidia, la hambre y la torpeza; viles sátiras que respetan los buytres y despedazan las palomas; novelas faltas de imaginacion, donde se ven mil retratos ideales de sugetos que sus autores no conocen. Tiró al fuego todos estos detestables escritos, y salió aquella tarde de casa, para ir al paseo.

¡Dorotea! Cabalmente, Dorotea; esa pobre niña que es tu querida públicamente, y mi corazón, mi alma en secreto. ¿Qué sois vos de esa mujer? ¡Qué soy yo! ¡su padre! ¡su hermano! ¡su mártir! ¡Ah! La amo... más que á mismo: la deseo con todo mi deseo, con toda mi sed de gozar, y sin embargo, devoro y comprimo mi deseo. Vivo de su felicidad, y sus lágrimas me despedazan el alma.

Yo creo que el mundo no es otra cosa que un gran hospital de locos que se comprenden y que se despedazan, comprendiéndose, y que sólo se encierran en hospitales más pequeños a los locos a quienes no comprende nadie... o acaso, acaso, llame el mundo locos a los que tienen razón. La verdad es que yo veo continuamente hombres que se creen muy cuerdos y a me parecen los más rematados.

A la luz del día muestran los hombres la codicia, la crueldad, la ira, hasta la asquerosa envidia; sólo para el amor buscan la oscuridad: guerrean y se despedazan al sol; aman y se engendran, como si conspirasen, entre las sombras de la noche. Y es que encima de cada uno de los grandes dones con que Dios nos ha favorecido, hemos echado una mancha.

Ante la sala silenciosa y palpitante, tan fácil al aplauso como á la protesta, los artistas se despedazan, noblemente unas veces, recurriendo otras á triquiñuelas de mala ley. Los hombres olvidan su galantería, las mujeres su misericordia. Si el galán puede «pisarle» una frase ó «robarle un efecto» á la primera actriz, lo hace, y viceversa.

Las patas y mandíbulas despedazan la rica pieza, la disecan, la tijeretean, la parten en migajas para almacenarla en el depósito de provisiones. Muchas veces el poeta aún está en la agonía y sus alas baten el polvo con los últimos temblores. No importa. Su cuerpo se ennegrece cubierto por el tropel de enemigos.

Sus cimas, á uno y otro lado, ora desnudas, ora cubiertas de hielo y nieve, se despedazan en enjambres de agujas, picos, conos truncados, soberbios obeliscos, pirámides y cúpulas de los mas extraños relieves y el mas severo aspecto.

Aborrecen mucho á los hechiceros, y á los otros familiares del demonio como á capitales enemigos del género humano, y los años pasados hicieron en ellos un cruel estrago, quitándoles las vidas; y ahora, con una ligera sospecha de que alguno ejercita este oficio, al punto le despedazan á grandes golpes de sus macanas.

Por sus espacios ó boquerones se precipita la enorme mole líquida, espumante, frenética, en chorros desiguales que se multiplican en numerosas cascadas, llenando el aire de nubes de chispas luminosas, retorciéndose en el vacío como legiones de boas diamantinos, azotando las rocas con desesperacion y hundiéndose en el vasto recipiente en remolinos sorprendentes cuyo estridor aturde, impone y hace enmudecer de admiracion.... Tal parece como si el noble y viejo Rin, tan glorioso y fecundo en la historia de Alemania, animado por la conciencia de un genio misterioso, sintiese al mismo tiempo la desesperacion de perder su unidad y su calma generosa en ese abismo de rocas que lo despedazan, y el remordimiento de interrumpir la comunicacion, sobre sus azules ondas, de pueblos hermanos por la lengua, la raza, las tradiciones y los intereses.

Triste, apesadumbrado, como un náufrago que después de clamar en vano en la noche vacía y negra, arriba a playa desconocida, así llegó Martí nuevamente a New York. Pero tuvo un consuelo, una medicina que de los más graves males cura al hombre: las ternuras y cuida dos de su esposa que allí lo esperaba y los besos de su amado chiquitín, el hoy coronel de nuestro Ejército. Sacudió sus lágrimas calladas, escondió sus penas hondas, y comenzó a trabajar en la tierra hostil y ajena. El conocer a los hombres, tanto como los conocía, lo hizo superior a todas las pasiones: de ahí que pudo, entre gentes que miden, que desdeñan, que empujan, que desprecian, que viven con el apetito desmesuradamente abierto, pasear su amable cultura y oceánica bondad, y sacar a puerto y con honra, su divina existencia. Veamos cómo se abrió paso en el pueblo áspero y extraño. No era él de los soberbios que se impacientan porque no le conocen el talento, aprisa, ni de los pobres de espíritu que porque los visite el dolor, languidecen y desmayan o se despedazan el cráneo; sino de los de enérgica voluntad y firme intento: de los que vencen. Las alturas se han hecho para subirlas: en lo más elevado de ellas, crece, casi siempre, el laurel que da sombra a toda la vida.