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Morsamor estaba entre ellos. Muy reñidos y sangrientos fueron el ataque y la defensa del fuerte de los achineses, los cuales hicieron vigorosas salidas. En una de ellas estuvieron a punto de desordenar y derrotar por completo la hueste lusitana, merced a una inesperada estratagema de que se valieron, lanzando contra los portugueses una manada de búfalos que tenían acorralados.

Como observamos en ellas, por una parte, un lujo oriental y una exuberancia de imaginación extraordinaria, juntamente con la reflexión y la vida activa é inquieta del pensamiento del Occidente, capacidad franca para señalar los fenómenos de la realidad más vulgar con una inclinación decidida á lo suprasensible y puramente espiritual, conocimiento general de las relaciones sociales y profundidad para penetrar en el laberinto del corazón humano, la fe ardiente del catolicismo de aquella época con la dulzura de la devoción verdaderamente cristiana, la pompa brillante de la magnificencia terrenal al lado del ascetismo y del desprecio del mundo, participación en los intereses más insignificantes de la vida con aspiraciones á la verdad divina: así también, por otra parte, notamos sofismas y sutileza dialéctica, mezclada con el lenguaje sencillo y sin afeites de la naturaleza; indulgencia con las aficiones momentáneas de la época, juntamente con una inspiración, original en sumo grado, y que sabe trazarse su propio camino; simpatía hacia las ideas y opiniones de una clase determinada de la sociedad, con el pensamiento poético más vasto y comprensivo; así también, al considerar todo esto fundido y asimilado, hasta constituir un todo orgánico, no es posible censurarlo á sangre fría, ni depurarlo de éste ó de aquel defecto, que lo deslustra, sin desordenar y destruir su conjunto.

El dominio de la Amparo se hizo absoluto. Ella fué quien comenzó a ordenar, o por mejor decir, a desordenar los gastos ostentando un lujo escandaloso en sus vestidos, joyas y trenes. Y como no faltan en Madrid hambrones de levita y de frac, al instante tuvo una corte de parásitos que cantaron sus alabanzas. Dió tes y comidas; se jugó al tresillo.

Su carta era un relato mesurado y correcto, en el que la emoción, por viva que fuese, se contenía discretamente, no queriendo desordenar los pliegues de un estilo majestuoso. Empezaba explicando cómo su deber profesional le había decidido á defender á una espía.